El gran reformador by Austen Ivereigh

El gran reformador by Austen Ivereigh

autor:Austen Ivereigh
La lengua: spa
Format: epub
editor: Ediciones B
publicado: 2015-04-22T04:00:00+00:00


La historia de cómo llegó Bergoglio a ser nombrado obispo se remonta al momento en que el Papa Juan Pablo II intentó que Antonio Quarracino, arzobispo de La Plata, sustituyera al cardenal Juan Carlos Aramburu, de Buenos Aires, cuando este llegó a la edad de la jubilación en 1987. Quarracino era un eclesiástico de talento que, tras asistir a las sesiones del Concilio Vaticano II, siguió desempeñando importantes papeles en la Iglesia, tanto en Argentina como en todo el continente latinoamericano. En tanto que presidente del CELAM, había creado un vínculo con el pontífice polaco.

Quarracino era la clase de obispo que le gustaba a Juan Pablo II: cercano a los obreros, sólido en cuestiones de doctrina, pro-vida y pro-justicia social. Polemista elocuente, poseedor de un potente sentido de la ironía, tenía el don de la claridad y una capacidad peronista para conectar con el pueblo común. Pero también podía ser descarnado, y su tendencia a decir lo que pensaba hacía que se lo viese como alguien más reaccionario de lo que era. Crítico acérrimo de los intentos del presidente Alfonsín de establecer la separación entre Iglesia y Estado, aprobar el divorcio y prohibir la enseñanza religiosa en las escuelas, en 1987 Quarracino dio a entender que un discurso del Papa Juan Pablo II al embajador argentino en la Santa Sede constituía una condena a las políticas del Gobierno radical. Alfonsín preguntó al Vaticano si era cierto; el Vaticano lo negó, y el presidente tuvo la excusa perfecta para hacer valer los poderes que, como primer mandatario de su país, le otorgaba el Patronato para vetar el nombramiento de Quarracino como obispo de Buenos Aires. Se le pidió al cardenal Aramburu que no abandonara su puesto, y hasta que, en 1989, Carlos Menem pasó a ocupar la presidencia del país, Quarracino no pudo ocupar la diócesis matriz de Argentina.

Quarracino era cercano al presidente Menem, al que había conocido cuando el, por entonces, gobernador de La Rioja estuvo encarcelado durante la dictadura. Tal como le había instado a hacer Quarracino, y tal vez por orden suya, poco después de asumir la presidencia Menem indultó a los criminales de la guerra sucia que habían sido juzgados y condenados durante el Gobierno de Alfonsín: unos doscientos oficiales del Ejército, entre ellos miembros de la Junta, fueron puestos en libertad junto con setenta civiles, incluidos exlíderes de la guerrilla. Alfonsín había aprobado leyes con las que se limitaba la responsabilidad de la guerra sucia, y según estas las penas de cárcel debían ser solo para quienes hubieran dado órdenes, o bien se hubieran excedido escandalosamente en el cumplimiento de las mismas. Pero ahora Menem ponía en libertad a los presos con el argumento de que era el momento de consumar la reconciliación a la que había llamado Juan Pablo II durante su visita de 1978. Su decisión contaba con el apoyo de los sectores industrial y de exportaciones agrícolas, así como con el de los obispos, pero a ella se oponían las Madres de la Plaza de Mayo.



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