El fantasma de Harlot by Norman Mailer

El fantasma de Harlot by Norman Mailer

autor:Norman Mailer [Mailer, Norman]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Drama, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1991-01-01T05:00:00+00:00


26

Nunca antes había sentido tanta necesidad sexual. Una noche, terminé yendo con —¿con quién otro podría ser?— Sherman Porringer a su prostíbulo favorito, un emporio de ochenta años de antigüedad ubicado en la Ciudad Vieja lleno de arañas y paredes recubiertas de nogal. «Últimamente he estado descuidando a las señoritas —me confesó—, pero eso es porque hace días que Sally no come más que pimientos picantes».

Transcurrieron algunas semanas sobrenaturales. Sobrenatural es la palabra apropiada. Suelto, por fin, en los burdeles de Montevideo, disfrutando de esas correrías más de lo que esperaba, me encontré realizando todas las fantasías de Kittredge, y muchas veces le tomé tanto afecto a la ramera con que pasaba la noche como el que había llegado a sentir por Sally. Ante el alivio de saber que lo que amaba era el sexo, empecé a recordar a Sally, pobre muchacha —en mi memoria, ahora trataba a Sally igual de mal que ella me trataba a mí—, como una yegua salvaje a quien debía agradecerle el haberme hecho conocer mi verdadera naturaleza, que era amar a todas las mujeres. Kittredge podría haberse burlado de mis descripciones de Alfa y Omega en el sexo y el amor, pero mi antigua tesis parecía adecuarse a mi nueva vida. Alfa se divertía con las prostitutas, y Omega se convertía en la guardiana del sueño. Sí, Omega aún podía estar enamorada de la excepcional señora Montague, pero eso no me convertía en un fascista sexual, sino en el sabio propietario de un hogar para dos individuos sorprendentemente diferentes: el amante romántico que no necesitaba más que una carta para conservar tibio el cariño, y el deportista que podía cazar con tanto empeño como su padre, sólo que su presa era la carne de mujer.

Por supuesto, la carne no era muy difícil de hallar en los burdeles de Montevideo. Conocí la alegría del principiante ante la caza ilimitada. Hubo un mes o dos en que fue así de simple. Grabado en mi retina, e impreso en mis ijadas, estaba el emblema del sexo de Sally sobre la silla soviética, y esta conjunción de los superpoderes que me había brindado su libidinoso pubis.

Porringer fue mi guía durante la primera noche, y me hizo un comentario sobre todas las chicas. «Esa morena regordeta es mejor de lo que parece; tiene un cono apretado». Y la morena regordeta me dedicó una amplia sonrisa, mostrándome dos dientes de oro. «Tiene la cosita más bonita que hayas visto, pero sólo toma por el camino sucio —me dijo de una muchacha delgada, ágil y taciturna cuyo rasgo más sobresaliente eran las nalgas—. Aunque, maldita sea, ¿por qué no? —agregó dándome un codazo para indicarme una beldad alta, con el pelo de un falsísimo color rojo púrpura, que en ese momento descendía por las escaleras—. Ésta no tiene otra cosa que ofrecer que la boca. Ni se te ocurra tocarla más abajo; está enferma. Pero la boca vale por el resto, y la penicilina te mantendrá sano». Se echó a reír y tomó un trago de su cerveza.



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