El familiar by Leigh Bardugo

El familiar by Leigh Bardugo

autor:Leigh Bardugo [Bardugo, Leigh]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2024-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 29

La segunda prueba se celebraría de noche, así que Valentina se puso el vestido de terciopelo negro. La ausencia de joyas sería menos evidente en la oscuridad. Marius se había presentado en su puerta mientras Valentina ayudaba a la doncella a colocar las conchas estriadas en las trenzas de Luzia. Su marido también se había vestido de negro, con un jubón de pancea que le quedaba bastante apretado. El desfile de comida y vino de La Casilla no cesaba nunca. Aun así, a Valentina le pareció que tantos excesos le sentaban bien a su marido. Le encantaba salir a cazar y a cabalgar y había perdido su taciturna palidez. La barba y el cabello negro le brillaban y tenía los ojos resplandecientes.

Antes, Valentina sentía que Marius se guardaba para sí todo aquello que lo regocijaba, y cualquier pregunta acerca de la jornada o sus intereses la recibía como una intrusión. Pero ahora su marido se mostraba ansioso por compartir cosas con Valentina: se giraba hacia ella durante las comidas para recomendarle algún plato curioso, regresaba de las cacerías rebosante de anécdotas e incluso le preguntaba qué tal le había ido el día a ella.

La noche anterior, Marius le había contado que un hombre había estado a punto de matarse al caerse del caballo.

—Bueno —había contestado ella sin pensar—, yo he tenido que pasar la tarde con la señora Galves, de modo que ha sido una suerte no haber expirado de puro aburrimiento.

Marius había estallado en carcajadas y Valentina casi se había caído de la silla por la sorpresa. ¿Alguna vez había hecho reír a su marido antes?

—¿No es la dama que tiene un hijo poeta? —preguntó.

—Sí. Nos ha recitado algunos de sus versos.

—Por lo que más quieras, dime que los recuerdas.

—Solo los peores —confesó Valentina.

Habían pasado el resto de la velada improvisando pésimos pareados y emborrachándose mucho; con el paso de las horas, la conversación se transformó en besos, pero seguían riéndose cada vez que paraban a recuperar el aliento. Valentina ignoraba que tal cosa fuera posible, o que se permitiera, y aunque había despertado con migraña, le parecía que su descubrimiento valía su precio con creces.

—¿Vamos a ver al vicario? —le preguntó Marius mientras le ofrecía el brazo.

Luzia los siguió hasta los jardines, bajo el crepúsculo azul. Valentina sabía que aquella era una ocasión sagrada: una prueba de pureza para los participantes, otra demostración de sus dones. Debía mostrarse solemne en presencia del vicario y los demás representantes de la Iglesia, que se encontraban sentados en un tablado alto y cubiertos por un palio azul salpicado de estrellas doradas, como si fuera el mismo paraíso. Pero los jardines estaban iluminados con faroles y teas, y unos músicos tocaban entre los árboles. A Valentina le costaba no pensar que estaba en una fiesta, la fiesta más maravillosa a la que había asistido jamás.

Había sillas dispuestas en un claro, y delante habían levantado un bonito y pequeño escenario festoneado con cintas rojas y blancas. El telón dorado relucía.

—¿Un retablo de



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