El conservador by Nadine Gordimer

El conservador by Nadine Gordimer

autor:Nadine Gordimer [Gordimer, Nadine]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1974-01-01T00:00:00+00:00


Los amatongo, los que están debajo. Algunos vos dicen que los llaman así porque los han ente, bajo tierra. Pero no podemos evitar pensar en un ció de una antigua creencia, en un Hades o uní ro, hoy perdida y ya incomprensible.

Una sola cabra no tiene mucha carne; la mayoría de los visitantes tuvo que conformarse con cerveza.

Solomon había visto en sueños un toro joven con la cara blanca y un anillo de cobre en la nariz rosada. Los sueños no le turbaban, pero lo había mencionado. Phineas, con quien araba esta primavera, sufría la persecución de los sueños… los sueños de su mujer; ésta había empezado a ver, tanto despierta como dormida, la forma de un animal salvaje. Contaba que veía dos luces, los ojos del animal, ora en el montículo de cenizas y el corral de las gallinas, ora en los eucaliptos. Decía que los ojos la acompañaban cuando estaba sola.

La gente se reía en secreto de aquella mujer. Solía beber mucho y regresar a casa, cantando para sí y hasta esbozando algunos pasos de danza, atravesando el veld desde la aldea situada al otro lado de la finca de De Beer, y, cuando Mehring acababa de comprar la suya, se acercaba con frecuencia al coche y le pedía trabajo en la casa, señalándose la boca abierta con un dedo, meneando violentamente la cabeza y diciendo, en la jerga que entienden los blancos, Ikona puza. Alina, naturalmente, ocupaba ya el puesto. Pero aquella mujer sabía de plantas. A veces, no hacía la parte de trabajo que le correspondía en el recinto, pero era muy útil para recoger espinacas silvestres y otras plantas que los demás apreciaban, como raíces purgantes. No tenía hijos vivos, aunque su último parto —las mujeres comentaban entre ellas que era de verdad el último, porque debía estar a punto de superar la edad de concebir— tuvo lugar en el hospital del poblado. Cuando empezó a soñar, dejó de beber; siempre llevaba un trozo de tela cubriéndole la parte baja de la frente, como una plañidera. Sólo saludaba, con un apretón de manos, a gente muy anciana. A veces llevaba los hombros como si se hubiera quemado la espalda con agua hirviendo, y hacía una mueca de dolor si alguien se la tocaba. Llevaba en los tobillos sendas pulseras de cuentas blancas, con grandes agujeros y enhebradas con cuerda, compradas en la tienda de los indios. No comía si veía en sueños que no debía comer.

Soñó que iba a convertirse en serpiente. Todo el mundo se enteró. Después, decía que temía convertirse en lagarto, y usaba el nombre isalukazana, el lagarto que es una viejita.

—Se está aviejando, no cabe duda.

Solomon no sabía qué responder a Phineas. A la mujer le faltaban casi todos los dientes de delante desde que él la conocía, y ahora estaba tan delgada que las mejillas absorbían el espacio vacío, y la piel era rugosa y oscura en torno a los ojos. Había oído decir que, en realidad, no era zulú, sino procedente de Pondoland.



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