El ciclista by Tim Krabbé

El ciclista by Tim Krabbé

autor:Tim Krabbé [Krabbé, Tim]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Deportes y juegos, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1978-01-01T05:00:00+00:00


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Vuelvo a arrancar después de una curva: calambre.

He trabajado duro, estoy sudoroso, pero ahora debo enfrentarme a este gélido viento sin moverme. Cuanto más rápido voy, más doloroso resulta estar inmóvil. Las manos están dispuestas, las piernas quieren pedalear. Cuanto más lento voy, más rezagado me quedo.

Veo a alguien con un maillot morado a un lado del camino. Tiene la cabeza entre las manos y grita algo con muchas oes. Unos metros más allá está su bicicleta apoyada contra la roca, más o menos como la dejaría un turista que se ha detenido para comerse el bocadillo.

Sólo conozco a alguien que tenga una bicicleta y un maillot morado: Teissonnière. Debe de haberse caído, su bicicleta habrá rebotado y habrá salido disparada hasta la roca. No importa, ya no necesito a Teissonnière.

Las piernas me tiemblan de miedo por él.

Carrera número 177, 15 de marzo de 1975. Me había pasado todo el invierno entrenando, el cuerpo se me salía pedaleando de la ropa de entrenamiento. Estaba deseando ir a Bélgica para competir, pero el tiempo lluvioso desalentó a los demás tanto como el nombre del lugar adonde pensaba ir: Zichem-Keiberg. Así que me fui solo. Holanda y Bélgica estaban envueltas en la misma nube inmensa de lluvia fría y gris.

Zichem-Keiberg era de barro. Todo lo que no necesitaban en las casas y en los establos estaba en medio del camino. Los objetos y el cielo se fundían sin límites definidos. Fui a buscar mi dorsal a un bar llamado Café de Gust y Jackie. Había otros ciento treinta corredores. Con ese pelotón partimos desde el café para dar doce vueltas por un circuito de nueve kilómetros en el barro. La lluvia venía de todas partes y se iba por todas partes. A los cien metros empezaron a caer los primeros corredores. Tras el primer kilómetro, mis pies chapoteaban en las zapatillas con cada pedalada y un chorro de barro salía disparado de la rueda que tenía delante y me daba justo entre los ojos.

Como su propio nombre indicaba, buena parte del recorrido discurría por keien, adoquines. Los caminos adoquinados, como sostienen algunos ciclistas de Amsterdam, fueron construidos por los romanos, que iban soltando un montón de piedras desde un helicóptero. Rodando sobre adoquines, uno descubre cómo debe de sentirse un taladro. Los brazos triplican su volumen, las mandíbulas repiquetean como unas castañuelas, la cadena se carcajea y parece querer salir volando.



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