El chico que siguió a su padre hasta Auschwitz by Jeremy Dronfield

El chico que siguió a su padre hasta Auschwitz by Jeremy Dronfield

autor:Jeremy Dronfield [DRONFIELD, JEREMY]
La lengua: eng
Format: epub
editor: Planeta México
publicado: 2019-07-20T00:44:41+00:00


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RESISTENCIA Y COLABORACIÓN:

LA MUERTE DE FRITZ KLEINMANN

El sistema nazi era una máquina formidable pero destartalada. Se había construido improvisando y funcionaba a una velocidad estremecedora, se encasquillaba, traqueteaba, consumía su combustible humano y expulsaba huesos y cenizas y emanaba un humo nauseabundo. Cada humano, vestido con rayas monótonas, estaba obligado a entrar en aquella máquina no solo físicamente, sino también moral y psicológicamente. Más allá de los Blockführers y los kapos, la valla electrificada y las torres de vigilancia, los comandantes de las SS y los perros guardianes, más allá de las carreteras y las vías de tren, el sistema de campos y la jerarquía de las SS, había toda una nación cuyas emociones primarias y animales —el miedo, el rencor, la codicia y la sed de una vieja grandeza imaginaria— fortalecían el sistema.

El encarcelamiento de los prisioneros tenía que ser la solución limpia y simple para los complejos y enredados problemas de la sociedad. La extracción de las toxinas humanas —criminales, activistas de izquierdas, judíos, homosexuales— tenía que hacer que volvieran los días gloriosos de la nación. Sin embargo, no fue una cura, sino un veneno que, a paso lento pero seguro, llevaba el país a la ruina. El trabajo poco eficiente de los esclavos desnutridos, los costos del sistema que los esclavizaba, el debilitamiento de la ciencia y la industria al despojarla de genios por motivos raciales… Todo esto paralizó la economía nacional. Convertirse en un país marginado les había costado el comercio. Alemania intentó resolver aquellos problemas añadidos con guerras para conquistar territorios, más esclavitud y más asesinatos de las personas que consideraban la primera causa de sus problemas. La trituradora seguía traqueteando, día tras día, moliendo y destruyendo y, poco a poco, desgastándose.

Fritz Kleinmann sentía que la impotencia y la desesperación que sentía al estar atrapado en aquella máquina eran intolerables. Su padre estaba a salvo, de momento, lo que le quitaba un gran peso de encima, pero la injusticia y la crueldad del sistema podían volver loco a un cuerdo y hacer que un devoto maldijera a Dios. Vivían —y, en la mayoría de los casos, tenían muertes insignificantes— entre vallas y paredes que habían construido sus compañeros reclusos. El mismo Fritz, con destreza meticulosa, había ayudado a crear aquella prisión donde había una pradera. Los ladrillos y piedras que Fritz había puesto habían sido cortados por otros prisioneros en las fábricas de ladrillos y las canteras controladas por las SS.1

El lazo que lo unía a su padre y los que lo unían a sus amigos no eran universales. La solidaridad y la cooperación, las claves de la supervivencia, raras veces surgen de forma natural en circunstancias extremas. Las carencias y el hambre engendraban hostilidad entre prisioneros hasta el punto de que llegaban a pelearse por una ración injusta de sopa de nabo o a matar por un trozo de pan. Incluso hubo casos de padres e hijos que se habían matado entre sí en la situación extrema de la inanición. No obstante, la gente solo podía sobrevivir mediante la solidaridad y la bondad.



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