El cartero llama dos veces by James M. Cain

El cartero llama dos veces by James M. Cain

autor:James M. Cain [Cain, James M.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1934-04-10T05:00:00+00:00


11

ME LLEVARON otra vez al hospital, pero en lugar del agente de policía que antes me vigilaba encontré al hombre que acababa de escribir la confesión de Cora. Se acostó en la otra cama que había en mi habitación. Intenté dormir, y después de un rato lo conseguí. Soñé que Cora me miraba y que yo intentaba decirle algo, pero no podía. Después, ella desapareció y me desperté. En mis oídos sonaba incesantemente aquel crujido, aquel espantoso crujido de la cabeza de Nick cuando la golpeé con la llave inglesa. Volví a quedarme dormido, y soñé que me caía. Me desperté agarrado a mi propio cuello, y sonando insistentemente en mis oídos aquel espantoso ruido de huesos rotos. Una de las veces, cuando me desperté, estaba gritando como un loco.

—¿Qué le pasa, amigo? —me preguntó el hombre, apoyándose en el codo.

—Nada… Una pesadilla.

—Bueno.

No me dejó solo ni un instante. Por la mañana hizo que le trajesen una palangana con agua, sacó del bolsillo los útiles de afeitar y se afeitó. Después se lavó. Trajeron el desayuno y él se tomó el suyo en la mesita. No hablamos una palabra.

Me trajeron un diario, y apenas lo abrí vi una gran fotografía de Cora en la primera página y más abajo otra mía más chica, tendido en la camilla. A Cora la llamaban la «Asesina de la botella». La nota decía cómo había sido declarada culpable y que ese mismo día, por la tarde, se dictaría sentencia. En una de las páginas interiores se decía que, según opinión general, este caso había de batir todos los récords de rapidez. Había un recuadro con la declaración de un sacerdote de que si todos los procesos fuesen llevados a cabo con esa rapidez, se conseguiría con ello impedir la delincuencia mucho más efectivamente que por medio de un centenar de leyes. Recorrí todo el diario buscando la confesión de Cora, Pero no estaba.

A eso de las doce entró en mi habitación un médico joven. Inmediatamente se puso a pasarme alcohol por la espalda, para quitarme el emparchado. Debía haberlo mojado todo, pero la mayor parte me lo quitó en seco, produciéndome un dolor espantoso. Cuando me hubo quitado una parte descubrí que podía moverme. El resto me lo dejó y una enfermera me trajo mi ropa. Me la puse. Entraron los camilleros y me ayudaron a llegar hasta el ascensor y salir del hospital. Frente a la puerta había un coche esperándome, con un chófer. El hombre que había pasado la noche conmigo me ayudó a subir y acomodarme en el asiento. Recorrimos unos doscientos metros y me ayudó a bajar. Los dos penetramos en un edificio de oficinas y subimos en el ascensor hasta una de ellas; allí estaba Katz con la mano extendida, sonriendo muy satisfecho.

—Todo ha terminado —dijo—. ¡Magnífico!

—¿Cuándo la llevan a la horca?

—¿A la horca? Nada de eso. Está afuera ya, libre. Libre como un pájaro. Vendrá aquí dentro de unos instantes, en cuanto terminen algunos trámites legales en el juzgado.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.