El cantor vagabundo by Pío Baroja

El cantor vagabundo by Pío Baroja

autor:Pío Baroja [Baroja, Pío]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1950-01-01T05:00:00+00:00


VII

BELÉN

SE DESPIDIÓ para pasar dos días, y por la tarde tomó el tren. Iba preocupado. En el vagón se encontró con una muchachita de quince a dieciséis años, acompañada de una señora, y que se dirigían las dos, con él, a San Sebastián.

Hablaron de la gente de Nájera, de Margarita Villegas, a quien conocían; de su tía y del médico joven madrileño. Luis recitó romances antiguos. La chica se reía a carcajadas, y decía a cada paso:

—¡Ay ené! ¡Qué chirene!

La señora que iba acompañándola era ya vieja, y parte del camino fue rezando. El padre de la chica era comerciante en Bilbao, y ella vivía en esta ciudad; tenía familia en San Sebastián, adonde iba a pasar una temporada con aquellos parientes.

La muchacha se llamaba Belén.

Era todavía una chiquilla de quince a dieciséis años, con el pelo rubio y los ojos negros, sin ninguna idea fija, riéndose de todo, muy bien vestida y sin preocupación alguna. El padre era guipuzcoano y ella también; pero como estaba educada en un colegio de Bilbao, usaba las palabras corrientes de esta villa.

De lo gracioso decía que era muy chirene; a los jóvenes tímidos los llamaba coitados; a los tontos, sinsorgos y lerdos. A Luis le hizo mucha gracia su conversación, y a la chica el tipo de su acompañante ocasional y su acento medio madrileño y medio andaluz. Como él llevaba barba, la chica le dijo en broma que le había tomado por un señor grave y solterón.

Belén contó su vida, que, naturalmente, no tenía grandes accidentes. Luis contó la suya, y llegaron a decirse que debían tratarse y escribirse.

Al llegar a San Sebastián, ya Luisito tuvo que reconocer que era demasiado fuerte lo que le había ocurrido, porque olvidar a la musa de Nájera a los seis meses de estar en el extranjero, en una ciudad distraída como París, según pensaba su madre, no era raro, pero que la hubiese olvidado pocas horas después de separarse de ella, ya era demasiado.

Pensando en su versatilidad y en Belén, recordó aquella poesía del marqués de Santillana:

De Vitoria me partía

un día de esta mañana

por me pasar a Alegría,

do vi moza lepuzcoana

entre Gaona y Salvatierra,

en ese valle apartado

donde s’aparta la sierra,

la vi guardando ganado

tal como el albor del día

en un hargante de grana,

cuando todo home la querría

non vos digo por hermana.



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