El caballero de la armadura oxidada by Robert Fisher

El caballero de la armadura oxidada by Robert Fisher

autor:Robert Fisher [Fisher, Robert]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Relato, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 1993-01-01T05:00:00+00:00


5

El Castillo del Conocimiento

El caballero, Ardilla y Rebeca continuaron el viaje por el Sendero de la Verdad en dirección al Castillo del Conocimiento. Se detuvieron tan solo dos veces ese día, una para comer y otra para que el caballero afeitara su escuálida barba y cortara su largo cabello con el borde afilado del guantelete. Una vez hecho esto, el caballero tuvo mejor aspecto y se sintió mucho mejor, más libre que antes. Sin el yelmo podía comer nueces sin la ayuda de Ardilla. Aunque había apreciado la técnica salvavidas, no consideraba que aquello fuera un modo de vida realmente elegante. Se podía alimentar también de frutas y raíces a las que se había acostumbrado. Nunca más comería paloma ni ninguna otra ave o carne, pues se daba cuenta que hacerlo sería, literalmente, como comerse a sus amigos.

Justo antes de caer la noche, el trío continuó caminando penosamente por un monte y contempló el Castillo del Conocimiento en la distancia. Era más grande que el Castillo del Silencio, y la puerta era de oro sólido. Era el castillo más grande que el caballero hubiera visto jamás, incluso más grande que el que el caballero se había construido. El caballero contempló la impresionante estructura y se preguntó quién lo habría diseñado.

En ese preciso momento, sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Sam.

—El Castillo del Conocimiento fue diseñado por el propio Universo: la fuente de todo conocimiento.

El caballero se sintió sorprendido y a la vez complacido de volver a oír la voz de Sam.

—Me alegro que hayas vuelto —dijo.

—En realidad, nunca me fui —replicó Sam—. Recuerda que yo soy tú.

—Por favor, no quiero volver a oír eso. ¿Qué te parezco ahora que me he afeitado y me he cortado el pelo?

—Es la primera vez que sacas provecho de ser esquilado —replicó Sam.

El caballero rio con la broma de Sam. Le gustaba su sentido del humor. Si el Castillo del Conocimiento se asemejaba al Castillo del Silencio, estaría feliz de tener a Sam por compañía.

El caballero, Rebeca y Ardilla cruzaron el puente levadizo por encima del foso y se detuvieron ante la dorada puerta. El caballero cogió la llave que colgaba de su cuello e hizo girar la cerradura. Al abrir la puerta, le preguntó a Rebeca y a Ardilla si se irían como lo habían hecho en el Castillo del Silencio.

—No —replicó Ardilla—. El silencio es para uno; el conocimiento es para todos.

El caballero se preguntó cómo era posible que se considerara a una paloma un blanco fácil.

Los tres atravesaron la puerta y penetraron en una oscuridad tan densa que el caballero no podía ver ni su propia mano. El caballero buscó a tientas las acostumbradas antorchas que suelen estar en la entrada de los castillos, pero no había ninguna. ¿Un castillo con puerta de oro y sin antorchas?

—Incluso los castillos de la zona barata tienen antorchas —refunfuñó el caballero al tiempo que Ardilla lo llamaba.

El caballero tanteó el camino hasta donde se encontraba ella y vio que estaba señalando una inscripción que brillaba en la pared.



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