El brujo de la sangre by Susan Dennard

El brujo de la sangre by Susan Dennard

autor:Susan Dennard [Dennard, Susan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-01-01T00:00:00+00:00


TREINTA Y TRES

Era increíble lo mucho que podía cambiar el paisaje en un solo día.

La noche anterior estaban rodeados de abetos y serbales, ortigas y hierba, pero al amanecer los árboles caducos habían dado paso a los perennes. Y la hierba, a los juncos. Los caminos se fueron estrechando más y más, hasta que finalmente ya no pudieron seguir a caballo.

—A casa —le dijo Leopold a su capón después de coger los escasos suministros que llevaba en las alforjas. Para asombro de Iseult, Rolf pareció entender al príncipe, porque se dio la vuelta y desapareció enseguida entre los árboles, seguido obedientemente por la yegua robada.

—¿Eso no está muy lejos? —le preguntó Iseult, que observaba a Arándano con recelo. El murciélago volaba en círculos por encima de ellos, y aunque Lechuza les había prometido que no iba a devorar a los caballos, Iseult no las tenía todas consigo.

—Bastante, sí. —Leopold sonrió, y sus hilos brillaron con los colores de la picardía—. Ya te dije que es un caballo muy bien entrenado.

Al ir a pie, avanzaban más despacio: Lechuza tenía las piernas cortas y el terreno era cada vez más escarpado. A media mañana, todo estaba cubierto de nieve y de hielo: los árboles en miniatura, las rocas de granito y las cabañas para viajeros abandonadas. El suelo de gravilla estaba resbaladizo, por culpa del sol que derretía la escarcha.

Iseult se cayó al suelo dos veces. Leopold otras dos. Pero Lechuza no; la brujita de la tierra siempre sabía dónde poner los pies (o tal vez ordenaba a las piedras que se estuvieran quietas y estas la obedecían).

Los arbolillos perennes se fueron haciendo cada vez más dispersos hasta desaparecer; habían entrado en los dominios de la piedra y la nieve. Iseult nunca había visto tanta nieve junta. Decidió que no le gustaba: era fría, húmeda y no tenía fin.

Tampoco había estado nunca en un sitio tan alto. No sabía (ni se había imaginado siquiera) lo vasto e inmenso que parecía el cielo a tanta altitud. Tan grande, tan azul y tan vacío… Sobre todo cuando llegaron al final de la senda y vieron que no había nada al otro lado, nada salvo un acantilado y una larguísima caída hasta el río.

De espaldas a la montaña de granito, Iseult contempló el abismo que se abría a diez pasos de distancia. Hacía poco que se había levantado un fuerte viento que deslizaba la niebla por la cornisa como las olas de una playa. Curiosamente, el hecho de no poder ver el precipicio y la caída de medio kilómetro hacía que la altura pareciera mucho más terrorífica.

Lechuza no se despegaba de Iseult; le agarraba la capa con sus deditos mientras sus hilos se agitaban de terror. Aunque Iseult sabía que ella era el segundo plato (Arándano estaba surcando las corrientes de aire y no lo veían desde allí), tenía una sensación extraña en el pecho, una especie de calidez. No era exactamente placer (ni mucho menos amor), pero era algo.

Algo agradable que hacía que le temblara la nariz.



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