El blog del Inquisidor by Lorenzo Silva

El blog del Inquisidor by Lorenzo Silva

autor:Lorenzo Silva [Silva, Lorenzo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2008-04-19T00:00:00+00:00


27 de noviembre

Por qué

un inquisidor

No era la primera vez que le revelaba a otra persona las intimidades que le había contado al Inquisidor. Pero nunca antes las había expuesto así, todas juntas. A nadie le había mostrado la secuencia completa, el hilo continuo que permitía recorrer entero el cómo y el porqué de mi educación sentimental, lo que equivale a decir un aspecto esencial de mi vida y mi carácter. Después de mi confesión, y tras su repentina despedida (según acostumbraba) y su misterioso anuncio para el día siguiente (algo inédito en él), experimenté una sensación de vértigo. Que no me resultó desagradable, dicho sea de paso. Sentía que había hecho lo que en ese momento debía hacer, conforme a la primera obligación que incumbe a cualquier criatura viviente: obrar conforme a la propia naturaleza.

Yo no podía dejar de aventurarme, de apostar, de tentarle en el más amplio sentido de la palabra. Porque así lo dictaba la inquietud de mi espíritu, y porque percibía que a él le empujaba a atender mi llamada, por más que se resistiera, el resto de inquietud que quedaba en el suyo. Y si había por ahí alguien que velase para que las personas obtuvieran aquello que merecían, pensé que no podía dejar que mi esfuerzo de esa noche resultase baldío. Me había ganado en buena ley lo que pretendía, que no era ni más ni menos que lo que yo le había entregado. El Inquisidor me había dicho que debía convencerle de compartir conmigo lo que no compartía con nadie. Eso era justamente lo que yo había hecho con él, y estaba contenta de haber dado semejante paso. Porque tenía la impresión (quizá absurda, dada la relación que existía entre nosotros) de haber confiado mis honduras a una de las pocas personas a quienes habría podido desvelarlas. Y porque, recapitulando la historia para él, yo misma había visto mi propia trayectoria con una claridad hasta entonces desconocida. Incluso lograba atisbar en ella lo que tantas veces me había atormentado ser incapaz de atribuirle: una especie de simetría, una suerte de justicia. O dicho de otra manera: algún sentido.

No ignoraba el influjo que en esta imagen mejorada de mí misma ejercía la sugestión de su presencia, por muy virtual que fuera, y la perspectiva de su persistencia futura, por limitada e incierta que se presentase. Eso me hacía a la vez desear y temer su reaparición. Pero podían más las ganas, y cuando la siguiente medianoche (hora de mis islas, toda una deferencia) entró en línea, no pude impedir que una sonrisa cruzara de parte a parte el ancho de mi rostro.

Hola, Theresa.

Hola, Inquisidor.

¿Cómo estás esta noche?

Bien. Muy bien. ¿Y tú?

Bien. Me alegra verte.

No podía faltar a la cita.

Claro que podías. Y nadie te lo habría reprochado.

Te equivocas. Yo me lo habría reprochado.

Está bien, entonces.

Eso mismo creo yo.

He pensado mucho en ti, a lo largo del día.

También yo.

¿También has pensado mucho en ti? Ten cuidado, que entregarte a ese vicio puede producir daños irreparables.

No, idiota. En ti.



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