El atelier de los deseos by Agnès Martin-Lugand

El atelier de los deseos by Agnès Martin-Lugand

autor:Agnès Martin-Lugand [Martin-Lugand, Agnès]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2014-01-01T05:00:00+00:00


8.

Al día siguiente, caminaba hacia el taller cuando sonó el teléfono. Pierre. Era la primera vez que daba señales de vida desde que nos habíamos separado la víspera. Respiré hondo antes de contestar.

—Hola —dije simplemente.

—¿Qué tal estás?

—No lo sé.

Me detuve en la calle, a dos pasos del atelier.

—No tengo disculpa por lo que te hice este fin de semana. Fui demasiado lejos.

—Pierre, estoy cansada…, cansada de luchar por nosotros dos…, cansada de repetirte siempre las mismas cosas.

—No me digas que es demasiado tarde.

Gabriel eligió ese momento para salir del edificio. Me vio, me sonrió y empezó a avanzar hacia mí. Me sentía partida por la mitad.

—Iris, por favor… —suplicó Pierre.

Negué con la cabeza para pedirle a Gabriel que no se acercase. Se detuvo y frunció el ceño. Le hice una seña de que todo iba bien. Pareció quedarse tranquilo, me lanzó un beso con la mano y después dio media vuelta para meterse en el taxi que le esperaba.

—No quiero perderte —me dijo Pierre con la voz quebrada.

—Estoy aquí —le respondí mientras miraba alejarse el taxi.

—¿Vienes el próximo fin de semana?

—Sí…, no…, espera… El viernes hay una recepción en casa de Marthe.

—¿Puedo ir contigo?

Temblé y empecé a caminar nerviosamente de un lado a otro.

—¿Por qué?

—Quiero comprender, quiero ser testigo de tu éxito. Quiero formar parte de tu nueva vida.

—Lo consultaré con Marthe.

—Te llamaré esta tarde después del trabajo.

—Si te apetece…

—Te quiero, Iris.

Colgó, y yo me eché a llorar.

Esa misma noche fui a cenar a casa de Marthe. Sirvió algo frugal, cuidaba su línea. Y la mía, al parecer. Me daba igual, mi apetito se había esfumado tras la llamada de Pierre.

—Querida, ¿qué les pareció tu vestido?

—Tuvo mucho éxito.

—¿Y tu marido? ¿Al menos lo apreció?

Me extrañó su tono sarcástico.

—Mucho…, sí…, mucho. Por cierto, ¿habría algún problema si me acompañase el viernes?

Frunció el ceño.

—¿A qué se debe el honor? —respondió con sequedad—. No tiene nada que hacer aquí.

—Pero…

—Te perjudicará y te distraerá de tu objetivo.

Se masajeó las sienes. Después se levantó precipitadamente y se puso a rebuscar en el cajón de la mesita que estaba al lado del sofá. Sacó un tubo de comprimidos, se tragó uno y me miró con dureza.

—No me gusta, Iris —dijo.

—Marthe…, así podría comprobar hasta qué punto me ayuda usted a triunfar.

—Ese hombre no comprende a los artistas, tienes que…

En ese instante, la interrumpió el timbre de su teléfono. Descolgó.

—Gabriel, querido…, ¿qué tal tus citas?

Se puso a andar por toda la sala, presa de una gran agitación.

—¡Es intolerable! ¡Compórtate! ¿Pero qué os pasa a los dos?… ¡Claro que hablo de Iris! Está aquí, estábamos pasando una deliciosa velada hasta que me ha hecho una petición que no me ha gustado nada… ¡No es asunto tuyo!… El problema debe estar solucionado el viernes, ¡no quiero verte antes!

Colgó y se acercó a mí sin dejar de mirarme. Una vez más, renuncié a sostener su mirada. Levantó mi cabeza por el mentón y me clavó los ojos.

—Le diré a Pierre que no venga —murmuré.

—¡Que venga! Nos las arreglaremos para que no obstaculice tu éxito.



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