El alimento de los dioses by Gonzalo Moure

El alimento de los dioses by Gonzalo Moure

autor:Gonzalo Moure [Moure, Gonzalo]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


A Puer le gustaba que el caballo de Balath se llamara Senda.

–Entre nosotros no se pone nombre a los caballos, pero yo, secretamente, también le puse nombre a mi yegua: Aire.

Balath sonrió.

–Tú quieres que sea una yegua ligera, Aire; yo me conformo con que mi caballo me lleve a algún sitio, Senda.

Pero en realidad pensaba en Brunn. El bosque parecía acercarse a ellos a medida que el sol se elevaba a sus espaldas. Espiaba a Puer y se preguntaba si podría confiar completamente en él. Después de todo, entre los karawan se contaban oscuras historias acerca de los cazadores. Se decía que, cuando se encontraban con un grupo de viajeros, dejaban sus caballos, se disfrazaban de hordos y los asaltaban para robarles lo que llevaran consigo. No eran tan crueles como los verdaderos hordos, pero –pensaba Balath–, si hacían eso, también tendrían que matar a los viajeros, porque ¿cuándo se ha visto a un hordo dejando con vida a sus víctimas, quién no sabía que incluso se alimentaban de sus cadáveres?

–¿Crees que mi amigo puede haber caído en manos de una horda?

–El bosque de Kirikkayha es espeso –respondió Puer enigmáticamente, después de unos segundos.

Miró hacia su espalda y continuó:

–Se dice que la Horda de Oro anda por Kirikkayha.

Aquel nombre, la Horda de Oro, aún tenía resonancias más temibles para Balath. Si se organizaba, una horda era capaz de enfrentarse a pecho descubierto a una caravana. No parecía importarles un ápice la muerte, y se conformaban entonces con infligir daños a la caravana, cuya misma silueta odiaban ciegamente porque representaba todo lo que ellos no tenían: seguridad, fraternidad, riqueza y un destino al final del camino.

–¿Y si Brunn está en sus manos?

Puer volvió a sumirse en un silencio oscuro. Su yegua le llevaba algunos metros por delante, y Balath pensó que tal vez no le había escuchado.

–He pensado en eso –contestó por fin.

Lo había dicho con seriedad, pero también con una frialdad que irritó a Balath.

–¿Por qué vienes conmigo, entonces?

Como si Senda compartiera el enfado de su dueño, emprendió un corto galope, coceando al viento.

–No quiero que estés solo cuando te convenzas de que tu amigo ha muerto –respondió Puer.

Balath sintió que su estómago se contraía. Odiaba la seriedad del joven cazador al decir algo tan terrible.

–Pero puede que aún esté vivo… –le oyó decir.

Hizo que Senda diera la vuelta en redondo y alargó la mano hasta las bridas de la yegua de Puer, deteniendo su trote. Las dos yeguas se olfatearon uniendo sus ollares y resoplando con fuerza mientras sus amos se miraban a los ojos. Puer volvió a hablar.

–¿Para qué engañarte? Tu amigo tiene pocas posibilidades de seguir con vida, pero aunque sean pocas… ¿dirías que es inteligente?

–¿Brunn…? A veces creo que se alimenta de pensamiento –contestó Balath sonriendo–. Dice que suele separarse de la caravana para oírse a sí mismo.

–Bien, pues… ponte en su lugar. Imagina que ha caído en manos de los hordos.

Balath casi lo deseaba. Cualquier cosa antes de tener que reconocer que lo más probable era que estuviera ya muerto.



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