Duce! Duce! by Richard Collier

Duce! Duce! by Richard Collier

autor:Richard Collier [Collier, Richard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Historia, Crónica
editor: ePubLibre
publicado: 1971-01-01T00:00:00+00:00


* * *

A través de los polvorientos eriales de escombros, la voz corrió como si se anunciase un equipo de salvamento. El Papa Pío XII había llegado. ¡El Papa en persona! Después de sonar la sirena que avisaba el fin del peligro, hacia las dos de la tarde, el Pontífice había enviado a monseñor Montini a que recogiese el contenido de los cepillos de limosnas de la basílica de San Pedro; el total ascendía a 60 000 liras. Después, por primera vez desde junio de 1940, el Mercedes negro del Papa, con la bandera amarilla y blanca del Vaticano, se deslizó a través del Portone di Bronzo hacia la Roma de Mussolini y hacia el castigado barrio de San Lorenzo.

Sin que hiciera falta decirlo, todos sabían hacia dónde se encaminaba: a la iglesia de San Lorenzo Extramuros. La bella estructura románica, con su campanario del siglo XIII, era la quinta de las basílicas papales. Aquella tarde parecía simbolizar todo lo que había ocurrido en el barrio durante las tres horas de absoluto terror: solo unas cuantas de sus columnas habían quedado en pie. El Papa, pálido, con sus gafas de montura dorada sobre la nariz aquilina, caminaba con dificultad sobre montones de piedras y diminutos fragmentos brillantes de cristal.

En los peldaños de la basílica se detuvo para mirar el barrio de San Lorenzo. Se estremeció al notar el olor a quemado de la madera, el yeso y el caucho. Los que estaban junto a él vieron que estaba llorando, y con razón. Más de setecientos muertos —⁠⁠según algunos, 1200— yacían entre los edificios destrozados; además, había 1200 heridos. En aquella calurosa tarde, mujeres despeinadas revolvían entre las ruinas humeantes y los hombres caminaban desesperados dando traspiés. Las camillas pasaban transportando muertos y heridos y por todas partes había sacerdotes arrodillados y dando la absolución a los moribundos. El Papa recitó el De Profundis.

—De profundis clamavi ad Te, Domine…

Y bendijo a la multitud que se había reunido a su alrededor; muchos se arrodillaron para besarle el borde de la sotana. Algunos recordarían siempre las manchas de sangre de los moribundos sobre el lino blanco.

Al ir acercándose más gente; crecieron los gritos de «¡Viva el Papa!» hasta multiplicarse. Muchos añadían el grito de Viva la pace y las voces se transformaron lentamente en un cántico que contenía un extraño trasfondo de amenaza, claramente dirigido al régimen fascista y a Benito Mussolini.

En aquel momento, el rey Víctor Manuel III llegó a San Lorenzo.

Pese a su alta gorra de visera y el uniforme gris verdoso de mariscal del Imperio, pocos lo reconocieron a primera vista. A sus 76 años, el Rey parecía mucho mayor; arrugado como una pasa, los bigotes blancos como la nieve y la mandíbula temblando incontroladamente. En tres años de guerra, «Espadín» se había convertido casi en un extraño para su pueblo. Vivía recluido en sus fincas campestres y su frugalidad se había convertido casi en una manía: escribía los memorandos en pedazos de papel arrancados de los periódicos para ahorrar papel; buscaba en los caminos de grava los clavos que pudieran pinchar las ruedas del coche regio.



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