Dos mundos en guerra by Francisco José Jurado

Dos mundos en guerra by Francisco José Jurado

autor:Francisco José Jurado [Jurado, Francisco José]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-06-14T16:00:00+00:00


* * *

Lógica y congruencia en el discurso son los mejores ingredientes para certificar certezas y disipar posibles dudas, de ahí que, conforme Markoff le explicaba los últimos flecos del comprometido encuentro que estaba teniendo lugar, el semblante de Ferrer se distendiese y, por un instante, aunque solo fuera un mínimo y fugaz instante, el capitán respirase con cierto alivio. Fijó por primera vez su atención en el rostro de su interlocutor —pálido y blanquecino como la luna que también asistía en silencio a esta primera cita, ojeroso, los pómulos hundidos, la rubia barba incipiente—, y relajó la envarada tensión con que vigilaba tres puntos distintos, los fundamentales para su seguridad desde que empezó su amistosa charla con el soviético; a saber: ese cabo americano que trajinaba en el coche que tenía justo enfrente; las manos de Markoff, que sostenían la petaca y un cigarro a medio consumir; y en tercer lugar, aunque fuera de reojo, los movimientos de Mendoza en el vehículo propio, el que quedaba a su descubierta retaguardia. Porque el discurso de Markoff había sido muy lógico, muy congruente y muy brillante, de acuerdo, pero él solo se fiaba del correlato de los hechos, ya lo había dejado muy claro, y estos únicamente concluían cuando él regresara a su Estado Mayor. Sano y salvo.

Ferrer dio una última calada a su cigarro, tiró la colilla y la pisó, aplastándola contra el suelo húmedo por la escarcha. Miró a los ojos de Markoff para ver qué intuía en ellos y se descubrió pensando: «este ruso tiene más miedo que yo; no sé qué cojones hacemos aquí como dos pasmarotes, en medio de la nada, si los marcianos nos van a matar de todas formas». De su ensimismamiento lo sacó el ruido que, a su espalda, hizo la puerta de su coche al cerrarse súbitamente. Un golpe seco que lo sobresaltó. Parecía un disparo, se dijo Ferrer, acordándose del pequeño calibre 22. También se reprochó haber relajado la vigilancia.

Pero Mendoza no salía del automóvil pistola en mano para consumar una traición. Martín de Mendoza era un tipo de fiar, ya se lo había dicho Markoff. Uno de esos oficiales que siempre intentan cumplir cabalmente la misión encomendada. Como ahora, en estos momentos. De ahí que, alzando la voz, con un pie en el estribo del coche, le hiciera saber:

—Todo en orden, mi capitán. Cuando usted quiera.

Y como si ambos se hubiesen coordinado para concluir su trabajo, del coche de enfrente vio salir a Henderson, quitándose los auriculares y con una libreta de notas aún en la mano.

—Ningún problema, Pablo —confirmó a los presentes.

—Bien, pues entonces cada cual por su camino —se encogió de hombros Markoff.

—Cada cual por su camino y, dentro de cuarenta y cinco minutos, mantendremos nueva comunicación para fijar un posible segundo encuentro si así lo deciden los estados mayores. Yo le llamaré —puntualizó Ferrer los pasos a seguir.

—Perfecto —convino el soviético—. Espero esa llamada. Mantenemos el cese de hostilidades, por tanto.



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