Donde no llegan las sombras by Jordi Llobregat

Donde no llegan las sombras by Jordi Llobregat

autor:Jordi Llobregat [Llobregat, Jordi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2023-11-02T00:00:00+00:00


47

El antiguo convento de clausura se alzaba al norte de Puigcerdà. Desde sus ventanas se veían las primeras casas del pueblo francés de Bourg-Madame. La frontera se encontraba a tan solo un kilómetro de distancia, para muchos de los vecinos era una simple línea dibujada en un mapa.

Álex y Alain, tras dejar el coche en un amplio parking, se dirigieron a la entrada del museo. El edificio, de corte moderno, combinaba el gris y el rojo, y contrastaba con el rosetón de finales del siglo XIX que se alzaba a su espalda. Las puertas estaban cerradas. Llamaron al timbre y esperaron. Al cabo de un par de minutos, cuando ya pensaban que nadie iba a responder, oyeron tres chasquidos de la cerradura y la puerta se entreabrió. Un joven vestido con un mono de trabajo y una brocha en la mano apareció tras ella.

—Está cerrado. Estamos terminando de acondicionar una exposición.

—Venimos a ver a Rosalyne Gutiérrez —respondió Alain mostrando su identificación.

El chico los hizo pasar y les pidió que esperasen mientras avisaba a la comisaria de la muestra. En el interior se oían golpes de martillo y el zumbido de una taladradora. Dos operarios que portaban una estructura de madera de varios metros de altura se cruzaron con ellos. Al fondo de la sala, una mujer con una bata blanca y vaqueros estaba dando instrucciones con gestos bruscos a un hombre. La sobrepasaba un par de cabezas, pero la persona amedrentada parecía él. Álex reconoció a la mujer que había dado la entrevista en la televisión. El pelo blanco y encrespado seguía a su aire, pero en esta ocasión lo había intentado someter bajo un gorro de lana. Cuando vio que se acercaban, despidió al hombre, se quitó las gafas que llevaba y las dejó colgando sobre su jersey de cuello alto. Los miró acercarse con el ceño fruncido. Álex y Alain se presentaron. Ni siquiera se molestó en mirar las credenciales; puso los brazos en jarras.

—¿Qué quieren? Estoy bastante ocupada.

—¿Podemos hablar en algún lugar más tranquilo?

Sin decir palabra, la mujer les dio la espalda y se internó por el pasillo que se abría a su derecha. Aquella zona del museo estaba a oscuras y apenas pudieron seguir el paso de la mujer, que se movía con soltura entre los bultos y piezas de la exposición que estaban por colocar.

Finalmente llegaron a una larga sala de techos altos y grandes vigas de madera. Los sonidos de los trabajos y las voces de los operarios quedaron atrás. Álex imaginó que, en el pasado, allí estarían las celdas de las monjas. En su lugar se habían instalado paredes temporales que distribuían el espacio formando una especie de laberinto. Varias vitrinas colocadas sobre bases cuadradas forradas de fieltro negro se alineaban junto a altos paneles con ilustraciones. El conjunto formaba un círculo alrededor de una gran figura de cartón piedra que representaba un gigante. Sostenía un mazo de hierro y su piel parecía hecha de piedra. En unas mesitas cercanas esperaban a los visitantes folletos explicativos en varios idiomas.



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