(Dieciséis Lunas 02) Hermosa oscuridad by Kami Garcia & Margaret Stohl

(Dieciséis Lunas 02) Hermosa oscuridad by Kami Garcia & Margaret Stohl

autor:Kami Garcia & Margaret Stohl [Desconocido]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: sf_fantasy
ISBN: 9788467034448
editor: www.papyrefb2.net


17 DE JUNIO Secretos

SI EN ESTE PUEBLO existe una fuente de información fiable, son los vecinos. En un día como aquel no había que buscar mucho para encontrar a casi todos en el mismo kilómetro cuadrado. El cementerio estaba abarrotado cuando llegamos —tarde, como siempre, por culpa de las hermanas: primero a Lucille no le daba la gana de subir al coche, luego tuvimos que parar en Gardens of Eden porque tía Prue quería comprar flores para todos sus difuntos maridos, pero ninguna de las flores le gustó y cuando por fin nos montamos otra vez en el coche, tía Mercy no me dejó pasar de treinta por hora—. Día de difuntos, una fecha que llevaba meses temiendo. Pero había llegado.

Subí a duras penas por el sendero de grava del Jardín de la Paz Perpetua empujando la silla de ruedas de la tía Mercy. Thelma iba detrás de con tía Prue colgada de un brazo y tía Grace el otro. Lucille seguía pisando cuidadosamente las piedras y manteniendo las distancias. El bolso de piel auténtica de tía Mercy colgaba de los mangos de la silla, y me golpeaba en la tripa a cada paso. Sudaba sólo de pensar que la silla podía quedarse atrancada en la espesa hierba. Existían muchas posibilidades de que Link y yo acabáramos llevándola a pulso como un par de bomberos.

Llegamos al cementerio a tiempo de ver a Emily pavoneándose con un flamante vestido blanco sin mangas ni espalda. Todas las chicas lucían un vestido nuevo el Día de Difuntos. No estaban permitidas chanclas ni tops, sólo ropa de los domingos. Era como una reunión familiar pero diez veces más numerosa. Porque casi todos los habitantes del pueblo eran parientes, vecinos o vecinos de los vecinos.

Colgada del brazo de Emory, Emily no dejaba de proferir sus típicas risitas.

—¿Has traído cerveza? —preguntó.

—He traído algo mejor —respondió Emory abriendo la chaqueta para enseñar una petaca plateada.

Eden, Charlotte y Savannah recibían en audiencia cerca de la sepultura de la familia Snow, que se encontraba en una ubicación privilegiada: el centro de unas hileras de lápidas. La tumba estaba adornada con vistosas flores de plástico y querubines. Junto a la otra lápida, la más alta, pastaba un cervatillo de plástico. Decorar tumbas era otro más de lo varios concursos de Gatlin, una forma de demostrar que tu familia, difuntos incluidos, y sobre todo tú eran mejores que el vecino y que la familia del vecino —y que los difuntos de la familia del vecino—. La gente tiraba la casa por la ventana: coronas de plástico envueltas en enredaderas de nailon, brillantes conejos y ardillas, hasta fuentes para pájaros cuya agua el sol calentaba tanto que quemaba los dedos a quien se le ocurriera tocarla. No había límite. Cuanto más chabacano, mejor.

Mi madre escogía sus preferidos y se reía. «A pesar de todo, son reflejos de una vida, obras de arte como las que pintaron los maestros holandeses y flamencos, sólo que de plástico. El sentimiento es el mismo». A mi madre le daban risa las peores tradiciones de Gatlin, pero respetaba las mejores.



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