Diario de 1926 by Robert Walser

Diario de 1926 by Robert Walser

autor:Robert Walser [Walser, Robert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2012-12-31T16:00:00+00:00


4

HONORABILÍSIMA Y APRECIADÍSIMA SEÑORITA

Antes que nada, ¡ah, qué joven es usted! Es alegre y graciosa, y para un alma, la mía, que la adora, representa usted el objeto de una profundísima emoción. Me emociona usted porque la amo, y la amo porque no tengo la menor idea de por qué debo hacerlo, pero comoquiera que es el caso, le mando con la presente mis versos, que han sido impresos y encuadernados en la imprenta y el taller de encuadernación de Leipzig, como una suerte de prueba de que estar enamorado es quizá la mayor de las dichas, no en apariencia sino verdaderamente enamorado, como lo estoy yo. Los mismos poemas arden de la dicha de ser percibidos y vistos por sus amables ojos, grandes como perlas maduradas en lo más hondo del mar, lo que puede esté dicho de forma poética pero no concuerda con la realidad, y la mano que le escribe esta misiva tiembla como tiemblan las manos de un poeta. Sea como fuere, el caso es que la amo lo indecible, pero con el fin de presentarme a usted más de cerca, le contaré, con su amable permiso, que, desde que la vi por primera vez, no puedo sino encontrarla bella, tanto que es para mí la más bella, aunque puede que en la realidad no sea usted sino la tercera o la cuarta más bella; y que yo soy alguien que una noche regresó a casa muy tarde y, a las puertas de la misma, tuvo que llegar a la desagradabilísima conclusión de que se había dejado las llaves arriba, en su pequeña habitación, sobre el escritorio, y a quien un miembro de los mejores círculos burgueses, un joven que vivía en el mismo edificio, pudo felizmente, en ese momento tragicómico, sacarlo de semejante aprieto, toda vez que disponía de ese instrumento tan maldito como anhelado, es decir, y como habrá ya adivinado, de las llaves de casa, con las que transformó la puerta cerrada con cerrojo en una puerta abierta.

«¿Puedo entrar?», pregunté con la debida educación.

«¿Puedo yo, por mi parte, preguntarle si es usted el poeta?», preguntó él. Contesté afirmativamente a la pregunta, que me pareció muy pertinente, y entré y agradecí por supuesto al joven la gentileza de que había hecho gala aquel día, o mejor, aquella noche clara de luna. Oh, qué pequeñoburgués debo de parecerle ahora, señorita, pero si usted me lo permite, le contaré otra cosa, a saber: que una tarde, más o menos después de la hora de la cena, estaba yo en casa de un conocido que no es precisamente alguien cualquiera, cuando le pregunté de repente, esto es, sin que viniera a cuento y sin que él se lo esperara, si creía que tenía yo enemigos. Y es que «de un tiempo a esta parte» no logro deshacerme de la extraña sensación de que mi existencia pudiera constituir para ciertas personas algo desagradables, cualquier cosa que no pueda definirse como grata. Me miró rápidamente, es decir, con una



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