Delicioso suicidio en grupo by Arto Paasilinna

Delicioso suicidio en grupo by Arto Paasilinna

autor:Arto Paasilinna
La lengua: spa
Format: epub
Tags: narrativa
ISBN: 978-84-339-7120-3
editor: Anagrama
publicado: 1990-04-01T05:00:00+00:00


18

El transportista Rauno Korpela apremió a sus compañeros para que se subieran al autocar, diciéndoles con voz fúnebre:

—Es hora de irnos. La muerte nos espera.

El imponente autobús de La Veloz de Korpela, S. A. se llenó de nuevo, se animó, efectuó unas cuantas maniobras adelante y atrás en el aparcamiento del cementerio y, acto seguido, se incorporó al flujo del tráfico. El coronel lo siguió en su coche a través de la ciudad de Kotka y luego al cruzar el puente que enlazaba el brazo de mar con la carretera de Porvoo. Hicieron de un tirón el camino de Loviisa a Helsinki, ciudad que dejaron atrás ya que nadie tenía nada especial que hacer allí. Siguieron, pues, la carretera de Pori y continuaron sin parar hasta Huittinen, donde Korpela paró para repostar y tomar café y bocadillos en la cafetería de la gasolinera.

Por la noche, a eso de las diez, llegaron a Poti. Korpela condujo el autobús hasta el patio de su empresa, en la zona industrial de la ciudad, y haciendo un par de maniobras, lo aparcó en el hangar junto a otros seis autocares de su propiedad. No había nadie.

—Aquí la tenéis… Con esta flota me he ganado el pan, recorriendo las carreteras de toda Finlandia —dijo el transportista por el micrófono.

La visita no duró mucho más. Korpela ni siquiera bajó: se quedó contemplando los vehículos un instante, sonrió sin alegría y dio marcha atrás para retormar la carretera.

El coronel se separó momentáneamente del grupo para ir a su casa de Jyväskylä. Acordaron encontrarse en Kuusamo al cabo de dos días. Helena Puusaari se ofreció a acompañarlo.

Saliendo de Pori, Seppo Sorjonen encontró rebuscando en los archivadores una interesante postal, en la que se veían dos visones jugueteando. El remitente era un tal Sakari Piippo, de Narpiö. Con afilada caligrafía, había escrito un mensaje un tanto seco:

«Qué mala suerte la mía; por mucho que me esfuerce, todo me sale mal, coño. Llamenme si les parece. Sakari Piippo. Närpiö».

En Närpiö todos conocían a Sakari Piippo, director de circo fracasado. Vivía en las afueras de la aldea en una granja bastante nueva. En uno de los extremos de la parcela se extendía un gran criadero de pieles, pero en las jaulas no se veía visón ni zorro alguno. Un poco más lejos había un establo y, detrás, un gran granero. Nada indicaba que allí hubiese un circo.

Aunque ya era tarde, Sorjonen y Rellonen entraron en la casa y allí encontraron al dueño, un tipo hosco de mediana edad que iba vestido con un jersey de lana y unos pantalones de montar. Estaba sentado en una mecedora, leyendo La Nación de Ostrobotnia. Su expresión era grave, como es habitual en los deprimidos, pero su aspecto no era para nada el de un director de circo.

Tras las presentaciones, Piippo ofreció care a sus visitantes. Lavó unas tazas y se disculpó por no haber tenido fuerzas para limpiar desde que se había quedado solo.

Sorjonen no pudo evitar preguntarle por qué la gente de Narpiö le llamaba «el director de circo Piippo».



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