Darling by Gabriel Tallent

Darling by Gabriel Tallent

autor:Gabriel Tallent [Tallent, Gabriel]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
editor: Destino
publicado: 2019-02-04T23:00:00+00:00


16

Al día siguiente, cuando oye el 4Runner subir por el camino, Turtle se pone los vaqueros, afianzando el cuchillo al cinturón, una camiseta y una camisa de franela. Luego dobla las mantas, las deja junto a las piedras del hogar y abre la puerta. Es Jacob, sin Imogen esta vez. De pie en el porche, echa un vistazo, y Turtle ve que mira el suelo de madera fregado y las encimeras relucientes, la chimenea limpia, las sartenes colgando de ganchos en la pared de la cocina. La sala de estar huele a disolvente en polvo y a aceite.

—Me gusta el lugar. Sobrio —aprueba.

—No es sobrio —objeta ella.

—Vale —responde él—, un poco minimalista.

—Así es como es la sala de estar —puntualiza ella.

—Vale —contesta Jacob—, me gusta.

—Debería.

—¿Y el capitán Ahab?

—Ha salido.

Él levanta una bolsa de papel, enrollada en la parte de arriba, y cuenta:

—Mis padres creen que estoy donde Brett. Él está en casa de su padre, en Modesto. He traído cosas para hacer un pícnic.

—¿Has probado las anguilas?

—No sabía que aquí había anguilas, pero ahora que lo sé, me pregunto por qué no estamos comiendo anguilas ya mismo.

En la cocina, Turtle coge una sartén y saca una barra de mantequilla templada de la medio averiada nevera. Sale al porche y echa mano de una lata de gasolina y un cubo. Bajan la colina, junto a una grieta profunda que se abre en la hierba por la que discurre un agua clara, sobre la que se inclinan grosellas y moras. De la hierba saltan ranas al agua. Caminan por una arboleda de alisos, y Jacob se estira para coger una hoja y la camiseta se le sube, dejando a la vista el bronceado estómago. Entre las crestas de los huesos de la cadera, dos cuencas aluviales, la parte superior de una V que se adentra en los pantalones. Esas cuencas hacen que Turtle sienta un deseo insoportable, la sensación de algo que está a punto de suceder, como al bajar de un escalón al siguiente. Durante un instante no puede apartar la mirada.

Se agachan para pasar por la alambrada, cruzan la carretera y bajan a la playa Buckhorn, una amplia medialuna de guijarros negros y espuma blanca, calzadas de piedra azul con intrusiones de cuarzo, olas verdes entre jardines de rocas grandes y redondas. La isla Buckhorn se halla a treinta metros de la playa, entre los dos salientes de tierra que forman la cala, y el reflujo de las olas que se baten en retirada entra por la cueva de la isla, donde se topa con el agua que llega, haciendo que la isla retumbe como un tambor, lanzando al aire chorros de agua blanca por el bufón, engalanando de espuma los pinos de la isla, el agua lamiendo las rocas. En el brazo meridional de la cala se alza una mansión de secuoya, y un jardinero va y viene con un cortacésped. Ésos serían los vecinos más cercanos de Turtle, a quince minutos a pie de su casa. No los ha visto nunca.



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