Cuentos de humor y de horror by Saki

Cuentos de humor y de horror by Saki

autor:Saki [Saki]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Humor, Sátira, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1910-01-01T05:00:00+00:00


Sredni Vashtar avanzó,

Rojos sus pensamientos, blancos sus dientes,

Sus enemigos clamaban piedad, pero él les daba la muerte.

Sredni Vashtar, el hermoso.

Y luego, de pronto, detuvo su canto y se aproximó más al panel de la ventana. La puerta del galpón estaba aún abierta de par en par como la Mujer la había dejado, y los minutos pasaban. Eran largos minutos, pero pasaban no obstante. Contempló los estorninos que revoloteaban en grupos por el prado; los contó una y otra vez, sin nunca perder de vista la puerta. Una doncella de cara agria entró para tender la mesa para el té y todavía Conradín seguía de pie y vigilaba y aguardaba. Poco a poco la esperanza se le había ido filtrando en el pecho, y un aire de triunfo comenzaba a resplandecer en sus ojos, que no habían conocido nunca antes sino la anhelante paciencia de la derrota. Bajo su aliento, con furtiva exaltación, comenzó a entonar una vez más el peán de victoria y devastación. Y en seguida sus ojos se vieron recompensados: por la puerta salía un animal largo, bajo, amarillo y castaño, con los ojos encendidos a la luz del crepúsculo, y grandes y oscuras manchas le cubrían la piel de las fauces y la garganta. Conradín cayó de rodillas. El gran hurón se dirigió al pequeño arroyo que manaba por el extremo del jardín, bebió allí por un instante, cruzó luego un pequeño puente de tablas y se perdió de vista entre las malezas. Así pasó Sredni Vashtar.

—El té está pronto —dijo la doncella de cara agria—. ¿Dónde está el ama?

—Fue al galpón de herramientas hace un rato —dijo Conradín.

Y mientras la doncella iba a buscar a su ama para el té, Conradín tomó un tenedor de tostadas del aparador, y comenzó a tostarse una rebanada de pan. Y mientras se la tostaba y la untaba con abundante manteca, y mientras duraba el lento placer de comérsela, Conradín estuvo atento a los ruidos y silencios, que como rápidos espasmos cundían por oleadas afuera. El estúpido chillido de la doncella, el coro de interrogantes clamores con que le respondió la legión de la cocina, los escurridizos pasos y las apresuradas embajadas de ayuda y luego, tras un silencio, los asustados sollozos y los pasos arrastrados de quienes transportaban una carga pesada al interior de la casa.

—¿Quién le va a llevar la noticia al pobrecito niño? ¡Yo no podría de ningún modo! —exclamó una voz aguda.

Y mientras discutían entre sí la cuestión, Conradín procedió a prepararse otra tostada.



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