Cranford by Elizabeth Gaskell

Cranford by Elizabeth Gaskell

autor:Elizabeth Gaskell [Gaskell, Elizabeth]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Psicológico, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1853-01-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO X

PÁNICO

Recuerdo una serie de acontecimientos que se sucedieron a partir de la visita del signor Brunoni a Cranford y que en nuestras mentes relacionábamos con él aunque no creo que tuviera nada que ver con los hechos. De repente empezaron a correr toda clase de rumores por la ciudad. Hubo un par de robos, de robos auténticos bona fide; habían juzgado y procesado a varios hombres y esto nos había llenado de temor a que nos robaran. Recuerdo que durante mucho tiempo en casa de la señorita Matty estuvimos haciendo una ronda por cocinas y sótanos cada noche, ella delante, armada con el atizador, yo detrás, con la escobilla de la chimenea, y Martha llevando la pala y las tenazas, dispuesta a dar la alarma; a veces chocaban accidentalmente y nos asustábamos tanto que corríamos a encerrarnos las tres en la cocina de atrás, en la despensa o lo que tuviéramos más cerca, hasta que se nos iba el miedo, nos recuperábamos y volvíamos a salir con renovado valor. Durante el día los tenderos y los campesinos nos contaban extrañas historias de carros que en lo más oscuro de la noche, tirados por caballos herrados con fieltro y guardados por hombres vestidos de oscuro, circulaban por la ciudad buscando, sin duda, una casa sin vigilancia o una puerta sin cerrar.

La señorita Pole, que se las daba de muy valiente, era la primera en reunir estos mensajes y aderezarlos para que adoptasen su aspecto más terrorífico. Descubrimos, sin embargo, que había pedido al señor Hoggins uno de sus sombreros viejos para colgarlo en la entrada de su casa y nosotras (por lo menos yo) teníamos nuestras dudas de si realmente le haría gracia, como afirmaba, la pequeña aventura de que asaltaran su casa. La señorita Matty no hacía ningún secreto de su notoria cobardía, pero como dueña de la casa cumplía regularmente con la obligación de inspeccionarla; sólo que cada día fue adelantando la hora de la ronda hasta que finalmente llegamos a hacerla a las seis y media; la señorita Matty se acostaba poco después de las siete «para que la noche pasase lo antes posible».

En Cranford, aquellos acontecimientos se sentían doblemente como un estigma, pues durante largo tiempo se había enorgullecido de ser una ciudad tan honrada y virtuosa que llegó a imaginarse demasiado noble y refinada para que le ocurriera algo así. A nosotras, sin embargo, nos reconfortaba la seguridad que nos transmitíamos mutuamente de que el autor de tales robos no podía ser ninguna persona de Cranford, sino uno o varios forasteros que habían traído la desgracia a la ciudad y motivado tantas precauciones como si viviéramos entre pieles rojas o franceses.

Esta última comparación de nuestro estado nocturno de defensa y fortificación fue pronunciada por la señora Forrester, cuyo padre había servido bajo el general Burgoyne en la guerra americana y cuyo marido había luchado contra los franceses en España. En efecto, se inclinaba por la idea de que en cierto modo los franceses estaban relacionados



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