Cleo by Hernán Migoya

Cleo by Hernán Migoya

autor:Hernán Migoya [Migoya, Hernán]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Distopía, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2022-05-10T00:00:00+00:00


4

—¡Corten! ¡¡¡Y apaguen!!!

Entre bambalinas, Dimas acariciaba la Glock metida en la sobaquera bajo su chaqueta, como si tuviese allí la erección. La había sacado y vuelto a enfundar varias veces, ante las numerosas dilaciones motivadas por ciertas dificultades en rodar la última secuencia. Parece que tenían problemas con el fuego o con la actriz que hacía de Luana del Aro. Alguno de esos dos elementos no chutaba: o la pira de leña se humedecía demasiado tras el uso de los extintores después de cada toma o la actriz ligada de manos al poste sobre la pira, en lugar de poner cara de mística, empezaba a cagarse en todos los muertos de los operarios al notar el calor ascendente.

—¡¡¡Yo os maldigo!!!, —repetía iracunda: pero no eran las suyas invectivas dirigidas al jurado eclesiástico que había condenado a la hoguera al mito patriota de otros tiempos que ella encarnaba en este filme, sino contra los técnicos del rodaje que no lograban mantener algunas llamas a raya. ¡Y eso que lucían ridículas comparadas con las que el director deseaba! Ahora el responsable de efectos especiales y el director se encontraban en plena discusión sobre el quid de la cuestión: o menos llamas y más misticismo, o más llamas y por tanto también más improperios…, lo cual trastocaba el mensaje de conformismo estoico que debía transmitir la película, ciertamente.

El caso es que iban ya con medio día de retraso y el verdugo se había pasado dos horas de pie al lado de un cámara, aguardando en exasperante inactividad el ¡corten!, definitivo para llevar a cabo la ejecución verídica de la protagonista. Aún se le acumulaban otros dos finales de rodaje esa tarde, así que eran perfectamente comprensibles su nerviosismo y su prisa por darle al gatillo.

Pero el nerviosismo se le redobló cuando vio entrar por la puerta del estudio a la comisario Bécquer. La apariencia de esa mujer y su uniforme recauchutado como traje de astronauta ¡pero negro y rebosante con quincalla sugestiva de filiaciones supremacistas! siempre presagiaban problemas. Resultaba imposible no inquietarse ante esa señorona de mirada fiera y bigote mostaza. Dimas ni siquiera reparó en la figura discreta del censor junto a ella, siguiendo sus pasos como un percebe sigue los coletazos de una ballena.

Sin embargo y pese a que aquella extraña pareja lo buscaba a él, al principio pasaron por alto su presencia: se veía tan gallardo y guapo que sin duda lo tomaron por un actor de la producción, uno de los principales para el caso. Y en verdad no solo el aspecto de Dimas se correspondía al de un galán echado p’alante —el secreto residía en su pronunciado mentón partido—, sino que efectivamente su vocación primera había sido la de consagrar su vida a la actuación: a una única actuación, como ya sabemos. Por fortuna para él, sus padres se negaron en redondo a que escogiera tal profesión y le convencieron de que, si quería respirar la atmósfera de la farándula, mejor hacerlo laboralmente desde el lado del matarife



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