Casadas con el Imperio by Pilar Tejera

Casadas con el Imperio by Pilar Tejera

autor:Pilar Tejera [Tejera, Pilar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia, Biografía
editor: ePubLibre
publicado: 2018-02-01T00:00:00+00:00


Flora se movía muchas veces por terreno pantanoso. Tenía la suerte de estar casada con un hombre que respaldaba sus decisiones, permitiéndola desarrollarse como esposa y como mujer. Pero aquella era una época de dominio masculino. Una época en la que ellos actuaban, ellas reaccionaban. La feminidad estaba asociada a la debilidad. Cuanto más débil fuera una mujer, más atractiva resultaba. En palabras del capitán Alexander, héroe de los motines cipayos: «La mujer debe entregarse a una vida sedentaria, a una dieta de abstinencia y evitar el aire fresco, ya que su debilidad es fuente de los más delicados sentimientos por los que tanto la admiramos».

Para la mentalidad victoriana, la mujer era educada para ser madre y esposa, era programada para ser pasiva, como mucho receptiva, intuitiva. Punto. Una dama debía ser protegida porque no podía protegerse a sí misma. No podía tener propiedades a su nombre o disponer de su dinero. Su belleza radicaba en su fragilidad. Las mujeres no tomaban decisiones. No bebían alcohol. No fumaban. No pensaban. No opinaban. No desempeñaban puestos en el servicio público ni cargos de responsabilidad. No tenían acceso a determinados clubs. A determinadas universidades. No practicaban ciertos deportes. Eran criaturas sin entendimiento para la política, seres impulsivos, sensibleros, impredecibles. En una época en la que ninguna inglesa respetable osaba caminar sola por Picadilly, Regent Street o Leicester Square, pues de hacerlo se arriesgaba a ser amonestada o, peor aún, a ser considerada una mujer de «vida licenciosa», resultaba impensable que la mujer pudiera desempeñar un trabajo remunerado, votar o viajar en solitario. En el caso de destinos como la India, podía permitirse el lujo de pasar tiempo languideciendo en las habitaciones oscuras protegiéndose de los rayos de sol con las persianas bajadas. La inactividad era privilegio suyo. Resulta curioso que la mujer más poderosa del planeta en el siglo XIX hiciera tan poco por mejorar la calidad de vida de sus coetáneas, por otorgarles mayores derechos, por garantizarles una mayor consideración a ojos de los hombres y de la sociedad en general.

Y ahí estaba el dilema en el caso de mujeres como Flora. Era todo lo contrario a lo que se esperaba de ella. Con su frágil apariencia, pasaba horas al aire libre y su piel tostada le confería un aspecto saludable. Había revolucionado la vida de los nativos. Había lanzado críticas sobre el gobierno británico cuestionando sus procedimientos. Había demostrado tener juicio y capacidad no solo para opinar, sino para cambiar las cosas. Y lo más importante: había roto la barrera social que protegía a los ingleses del «contaminante» contacto con el pueblo indio. Sin duda, Flora Annie Steel resultaba un bicho raro, una transgresora.



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