Capital by John Lanchester

Capital by John Lanchester

autor:John Lanchester [Lanchester, John]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2012-01-01T05:00:00+00:00


51

Al día siguiente por la mañana, camino del trabajo, Zbigniew pensaba en lo bien que había ido todo. La verdad es que apenas podía creer que hubiera ido tan bien.

Zbigniew sabía ahora que aquello de romper con alguien era una especie de trabajo, una tarea concreta y, al igual que otras tareas concretas, se realizaba mejor cuando se dividía en partes, se analizaba y luego las partes se reordenaban en la secuencia apropiada, de acuerdo con un plan de acción. Y eso era lo que había hecho él. Así pues, una ruptura tenía que ser 1) inequívoca, 2) todo lo amable que se pudiera sin dejar de ser coherente con 1, y 3) ejecutada con la mínima posibilidad de interrupción y escándalo público.

No se diferenciaba mucho de enyesar una pared o de volver a instalar un enchufe. Un hombre de mentalidad práctica no retrocedería ante una tarea así. Piotr era un idiota.

Le había dicho a la chica que no iba a verla nunca más; que era encantadora, pero que según él se merecía más; que no estaba preparado para sentar cabeza, que ése no era el motivo por el que estaba en Londres, que su verdadera vida estaba en Polonia y que algún día volvería allí (dio a entender que sería pronto), que no podía basar su vida en mentiras y que creía estar mintiéndole al comportarse como si se dispusiera a mantener una relación estable. Zbigniew estaba orgulloso de esta parrafada, la alegación implícita de que el motivo por el que rompía con ella era que la tenía en muy alta estima. Era tan importante para él que la mandaba a paseo. ¿Qué mujer se resistiría?

Davina no, evidentemente. Se lo tomó con tranquilidad y se quedó cabizbaja, sin decir prácticamente nada, sin lágrimas, sin ira, sin ataques en público. Se comportó con más naturalidad y más contención que nunca. Zbigniew le había enumerado sus razones, ella había escuchado y las había aceptado.

—Entonces, todo ha terminado —dijo. Había en su voz tristeza y resignación, pero no histeria.

—Lo siento —dijo Zbigniew, ya en el punto culminante de su discurso—. Es culpa mía, no tuya.

—Entonces me voy —dijo la muchacha. Y se levantó y se fue. Empezaba a convertirse en un modelo, pensó Zbigniew, que la gente se levantara y lo dejara plantado en los bares. Se quedó para tomarse una cerveza, regresó a casa y se puso de tan buen humor que casi volvió a dirigirle la palabra a Piotr.

Entró en la casa de la divorciada loca: la mujer le había dado una llave el día anterior y le había explicado que a lo mejor estaba fuera, con su entrenador personal, cuando él llegase. Se puso a recoger periódicos para tapar el fragmento de suelo donde había estado trabajando. Algo que había aprendido, entre otras cosas para diferenciarse de los trabajadores británicos, era a ser minucioso y a limpiarlo todo al acabar la jornada, para que no quedaran más rastros de la reparación que la propia reparación. Solían quejarse de los trabajadores británicos en el sentido de que se comportaban como si fueran los dueños de la casa.



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