Cactus by Rodrigo Muñoz Avia

Cactus by Rodrigo Muñoz Avia

autor:Rodrigo Muñoz Avia [Muñoz Avia, Rodrigo]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Realista, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2015-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Nada resultó más fácil que adaptarse al clima de independencia y autonomía de las personas que vivían en casa de Christina. Tomé por costumbre levantarme un rato después que ella y desayunar en el porche, donde Rowena me trataba como si llevara toda la vida viviendo en aquel hogar (ya había identificado incluso algunas de mis preferencias culinarias, como mi rechazo a la mantequilla de cacahuete o a los cereales Cheerios que al parecer tanto gustaban a Christina). Luego, tras fumar el pitillo de rigor en la hamaca, relajado, mientras Tse continuaba adecentando a Phil a mi lado, me marchaba al Arizona Cactus Garden, aprovechando que por lo general Christina estaba desaparecida hasta media tarde.

Antes de volver a casa, me gustaba conducir por las zonas de Palo Alto, Mountain View, Menlo Park y otras muchas. En realidad solo diferían en los nombres. A veces, sutilmente, también diferían en la cadencia de aparición de las superficies comerciales. ¿Estaría primero el Safeway o el Ross? El Starbucks ¿estaría a la izquierda o a la derecha del Camino Real? Además de McDonald’s y Burger King, ¿qué otros establecimientos de comida rápida habría?, ¿Subway, Taco Bell, Jack in the Box, Wendy’s…? Una sensación vaporosa me recorría el cuerpo al conducir por aquellas zonas, un estado distinto en el que no me reconocía del todo. Era probable que el American way of life, con su seductora superficialidad, estuviera haciendo mella en mí.

Un día, después de comer en uno de aquellos establecimientos, decidí llevar algo a casa.

—Buenas tardes, Rowena, te he traído comida —dije tras llamar a la puerta de su habitación, contigua a la cocina.

Salió en seguida.

—¿Señor?

—¿Te apetece? Es del Taco Bell.

Era uno de esos burritos mexicanos llenos de pollo y queso fundido y muchas salsas. Ya desde el primer día había comprobado que en casa de Christina pasaban las horas, incluso las jornadas, sin que nadie hiciera amago de sentarse a comer, o de preparar algo, o de dar muestra al menos de necesitar ingesta alguna. Solo el guacamole de bote o las nueces que yo había llevado o cualquier otro producto de esa índole hacían su aparición en la noche junto a las copas. Al parecer, con un buen desayuno se daban por cubiertas las necesidades de todo el día.

—Gracias.

Su sonrisa fue tan grande que estuve a punto de regresar al Taco Bell a comprarle otro. La subsistencia de aquella mujer, tan delgada, tan pequeña, una víctima injustificada del desapego que su jefa sentía por una alimentación medianamente regular y nutritiva, merecía una alegría como aquella de vez en cuando.

Sacó un cuchillo y partió el burrito por la mitad.

—Tenga —me dijo.

—¿Qué haces?

—La mitad para usted.

—Es para ti, Rowena, no tienes que compartirlo, yo ya me he tomado uno.

—Se lo guardaré a la señora.

—Como quieras, pero te lo he traído a ti. El próximo día traeré más.

—No me importa compartir.

—Te quedas más tranquila, ¿no? Jesús enseñaba a compartir.

—Usted ha compartido, se ha tomado un burrito y me ha traído otro. Ahora yo también comparto, es una cadena, no hay que romperla.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.