Caballo de Troya 4 by J. J. Benítez

Caballo de Troya 4 by J. J. Benítez

autor:J. J. Benítez [Benítez, J. J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Nazaret
publicado: 2009-12-25T22:00:00+00:00


sierva, ni su asno, ni su buey, ni nada de cuanto le pertenece.» (Ex., XX, 17

y Deut., V, 21.) Pues bien, los astutos judíos, a raíz de esta prescripción del Yavé bíblico, estimaron que la mujer les «pertenecía», al igual que un asno, una viña o unas sandalias. Tan cierto era que, cuando se efectuaba la venta de un esclavo, la mujer de éste iba incluida en la operación, tal y como se-

ñala el Éxodo (XXI, 3). En uno de los escritos rabínicos Menakhoth, XLIII, b.- se proclamaba con el peor de los descaros que «todo hombre debía agradecer diariamente a Dios que no le hubiera hecho mujer, pagano o pro-letario».

Desde un punto de vista legal, la mujer recibía la consideración de «menor de edad»; es decir, «irresponsable». En consecuencia, cualquier acuerdo, convenio o negocio que pudiera efectuar o pactar podía ser reprobado por el marido. En ese caso, la «parte aceptante» no tenía derecho a .reclamar.

Eran calificadas de «mentirosas por naturaleza», careciendo del derecho a heredar ni por parte del padre ni tampoco del esposo. En buena medida, esta degradante situación se hallaba justificada por los sagrados textos bí-

blicos: lamentable antología de la misoginia. Raro era el profeta que no había lanzado sus dardos contra las hembras… Isaías las llama «voluptuo-sas, perversas y ridículamente vanidosas». Amós las califica de «crueles».

En cuanto a Jeremías y Ezequiel, por no alargar tan lamentable lista, las estiman «llenas de duplicidad». Algunos rabíes aseguraban que «entre los hombres que no verían la Gehena (el infierno) se hallaban los que hubieran tenido en la tierra una mujer mala: habrían cumplido su castigo por antici-pado…».

Este desprecio por la mujer repercutía, lógicamente, en el capítulo religioso y de la enseñanza que, a decir verdad, se confundían en un todo único. En relación a los preceptos de la Torá, la siguiente regla resume la situación:

«Los hombres están obligados a todas las leyes vinculadas a un determinado tiempo; las mujeres, por el contrario, están liberadas de ellas» (Qid., 17

y Sota, II, 8). En otras palabras: no estaban sujetas a recitar el Schema, ni tampoco a ir en peregrinación a Jerusalén durante las fiestas de la Pascua, Pentecostés o los Tabernáculos. Se hallaban libres de asistir a la lectura de la ley, habitar en las tiendas y agitar el lúlab durante la mencionada fiesta de los Tabernáculos, hacer sonar el sopar el día de Año Nuevo, leer la megi-llah (el libro de Ester) en la fiesta de los Purim, portar las filacterias o lucir las franjas verticales en los vestidos.

Su «estatuto» en la legislación religiosa aparece perfectamente configurado en una fórmula que los sacerdotes se encargaban de repetir sin cesar: «Mujeres, esclavos (paganos) y niños (menores); la mujer, igual que el esclavo no judío y el niño menor, tiene_ sobre ella a un hombre como dueño. Es por 154



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