Cómo sobrevivir con 36.000 dólares al año by Francis Scott Fitzgerald

Cómo sobrevivir con 36.000 dólares al año by Francis Scott Fitzgerald

autor:Francis Scott Fitzgerald [Fitzgerald, Francis Scott]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1926-01-01T00:00:00+00:00


LA VILLA DE NUESTROS SUEÑOS

De modo que decidimos dejar a la cría con la niñera en Hyères y salir pitando rumbo a Cannes, una ciudad más de moda ubicada algo más al Norte, a orillas del mar. Ahora bien, cuando se quiere salir pitando de un sitio hace falta un automóvil, así que al día siguiente compramos el único nuevo que había en el pueblo. Tenía la potencia de seis caballos —la edad de los caballos no constaba— y era tan pequeño que cuando salíamos de él parecíamos gigantes, tan pequeño que de noche se podía aparcar bajo el porche. No tenía ni cerradura, ni velocímetro ni indicadores, y su precio, portes incluidos, era de setecientos cincuenta dólares. Partimos en él rumbo a Cannes y, salvo por el calor de los escapes de los coches que nos adelantaban, en comparación el viaje nos resultó de un frescor muy agradable.

Todos los famosos de Europa han pasado alguna temporada en Cannes; incluso el Hombre de la Máscara de Hierro disfrutó de una estancia de doce años en una isla a pocas millas de la costa. Sus hermosas villas están construidas con una piedra tan suave que en vez de tallarse se sierra. A la mañana siguiente vimos cuatro. Eran todas pequeñas y estaban cuidadas y aseadas; habrían encajado sin problema en cualquier barrio residencial de Los Ángeles. Las alquilaban por sesenta y cinco dólares al mes.

—Me gustan —manifestó con rotundidad mi mujer—. Vamos a alquilar una; parecen tremendamente fáciles de llevar.

—No hemos venido hasta otro país para encontrar una casa que sea fácil de llevar —objeté—. ¿Cómo voy a escribir con vistas a… —Miré por la ventana y mis ojos se toparon con un espléndido paisaje marítimo—… donde escuche hasta el último murmullo de la casa?

Fuimos entonces a la cuarta villa, la maravillosa cuarta villa cuyo recuerdo todavía me desvela por las noches con la esperanza de despertarme en ella algún luminoso día. De mármol blanco, se erguía sobre un gran cerro cual casa solariega, cual castillo de antaño. Incluso el coche que nos llevó hasta allí tenía cierto romanticismo en el asiento delantero.

—¿Se han fijado en nuestro chófer? —nos preguntó el agente arrimándose a mí—. Antes era un millonario ruso.

Le escrutamos a través de la mampara de cristal: un hombre delgado y abatido que manejaba las marchas con cierto aire señorial.

—La ciudad está llena de ellos —dijo el agente—. Dan gracias por conseguir un puesto de chófer, mayordomo o camarero. Las mujeres trabajan de femmes de chambre en los hoteles.

—¿Por qué no abren salones de té, como hacen los americanos?

—Muchos de ellos no valen para trabajar en nada. Lo sentimos muchísimo por ellos, pero… —Se echó hacia delante y llamó al cristal—. ¿Le importaría ir un poco más rápido? No tenemos todo el día.

—Miren —nos dijo cuando llegamos a la casa solariega sobre el cerro—, tienen de vecino al gran duque Michael.

—¿Quiere decir que trabaja allí de mayordomo?

—Ah, no. Él sí tiene dinero. Se ha ido al Norte a pasar el verano.



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