Bajo los vientos de Neptuno by Fred Vargas

Bajo los vientos de Neptuno by Fred Vargas

autor:Fred Vargas [Vargas, Fred]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2004-01-01T05:00:00+00:00


XXXII

Retancourt tragó sin decir palabra la primera taza de café y un panecillo. Adamsberg no ponía nada de su parte para iniciar el diálogo, pero el silencio no molestaba a la teniente.

—Me gustaría comprender —dijo Retancourt tras haber terminado el primer panecillo—. En la Brigada nunca hemos oído hablar de ese asesino con tridente. Es un caso antiguo, supongo. Y, por la mirada que le dirigió usted a la muerta, diría que personal incluso.

—Retancourt, le han asignado esta misión porque Brézillon no permite que sus hombres vayan solos. Pero no le han encargado que recoja mis confidencias.

—Perdón —objetó la teniente—. Estoy aquí para protegerle, o eso me dijo usted. Y si no sé nada, no puedo asegurar la defensa.

—No la necesito en absoluto. Hoy transmitiré mis informaciones a Laliberté y eso será todo.

—¿Qué informaciones?

—Usted las oirá, como él. Las acepte o no, hará lo que quiera, eso es cosa suya. Y mañana haremos las maletas.

—¿Ah, sí?

—¿Por qué no, Retancourt?

—Es usted listo, comisario. No me haga creer que no se ha dado cuenta de nada.

Adamsberg la interrogó con la mirada.

—Laliberté no es ya el mismo hombre —prosiguió—. Ni Portelance, ni Philippe-Auguste. El superintendente se quedó de una pieza cuando usted efectuó aquellas mediciones en el cuerpo. Esperaba otra cosa.

—Ya lo vi.

—Esperaba que usted se desmoronara. Viendo la herida y, luego, viendo el rostro, que procuró desvelar en dos actos. Pero no sucedió así y eso le desconcertó. Le desconcertó, pero no le desanimó. También los inspectores estaban al corriente. No aparté los ojos de ellos.

—Pues no daba esa impresión. Sentada en un rincón y mordisqueando su aburrimiento.

—Era pura astucia —dijo Retancourt sirviendo dos tazas más de café—. Los hombres no prestan atención a una mujer gorda y fea.

—Eso es falso, teniente, y no es lo que yo quería decirle.

—Pero yo sí —dijo ella barriendo la objeción con un ademán distendido—. No la miran, les interesa tanto como un baúl, y la olvidan. Con eso cuento. Añada la apatía, una espalda encorvada, y te asegurarás poder verlo todo sin ser vista. No todo el mundo puede hacerlo y eso me ha prestado considerables servicios.

—¿Había convertido usted su energía? —preguntó Adamsberg, sonriendo.

—En invisibilidad, sí —confirmó Retancourt seriamente—. Pude observar a Mitch y a Philippe-Auguste con toda tranquilidad. Durante los dos primeros actos, descubrimiento de las heridas y, luego, del rostro, se lanzaron rápidas señales de connivencia. E hicieron lo mismo durante el tercer acto, en la GRC.

—¿En qué momento?

—Cuando Laliberté le comunicó la fecha del crimen. También entonces les decepcionó su falta de reacción. A mí, no. Dispone usted de una gran capacidad interpretativa, comisario, tanto que parecía auténtica aunque fuese trabajada. Pero necesito saber para seguir currando.

—Usted sólo me acompaña, Retancourt. Su misión se reduce a eso.

—Pertenezco a la Brigada y efectúo mi trabajo. Tengo una idea de lo que buscan, pero necesito su versión. Debería usted confiar en mí.

—¿Por qué, teniente? No le gusto.

La brusca acusación no turbó a Retancourt.

—No mucho —confirmó—. Pero eso no tiene nada que ver. Es usted mi jefe y hago mi trabajo.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.