¿Y si de verdad te quiero? by Victoria Vílchez

¿Y si de verdad te quiero? by Victoria Vílchez

autor:Victoria Vílchez [Vílchez, Victoria]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-01-01T00:00:00+00:00


26

Mi hermana terminó confesando que Leo había llamado para cobrarse el pago de nuestra apuesta y ella había aceptado en mi lugar. No sé durante cuánto tiempo le estuve reprochando su insensatez, pero lo más preocupante fue que me lanzara con tanta alegría en dirección al baño y luego incluso le pidiera su opinión respecto a la ropa con la que debería ir vestida. Todo ello sin dejar de gritarle. Me estaba convirtiendo en una hipócrita.

—¿Qué tal?

Avancé hasta quedar frente a ella. Me había decidido por un vestido blanco de lino, corto y sin mangas, y unas sandalias con poco tacón. Mis pies no soportarían otro maltrato esa noche. Llevaba el flequillo peinado hacia un lado y el maquillaje justo para no parecer un muerto viviente.

—¿Y bien? —la apremié—. Esto es una locura…

Di media vuelta, decidida a llamar a Leo y cancelar la cita. ¿En qué clase de persona me estaba convirtiendo? Era consciente de lo que provocaba en mí, de que salir con él no haría más que aumentar mis dudas.

—¿De qué tienes tanto miedo? —terció Candela, siguiéndome hasta el dormitorio.

—¿De tirar por la borda tres años de relación? ¿De hacerle daño a Sergio? ¿De cometer una locura y arrepentirme toda mi vida?

¿De qué Leo me gustase más de lo que estaba dispuesta a admitir?

Me detuve frente al espejo, que me devolvió la imagen de una persona que ya no sabía si conocía. ¿Dónde había quedado aquella chica bocazas pero sensata de semanas atrás? La que había lucido con orgullo un anillo en su dedo y le había dado el «sí, quiero» a su novio sin pensárselo dos veces.

«Si lo hubieras pensado, igual no se lo hubieras dado».

—¿Y si es eso lo que tiene que pasar? ¿No te has planteado que puede que Sergio no sea para ti?

No contesté, pero aparté la mirada de mi reflejo, avergonzada.

—Pues quizás deberías afrontarlo y tratar de encontrar de una vez por todas una respuesta —apostilló. Me tendió el bolso y me empujó de vuelta al salón—. Solo sal y cumple con la promesa de cenar con Leo.

—¿Y qué hay de la promesa que le hice a Sergio?

—Esa, hermanita, va a tener que esperar hasta mañana.

Quise replicar, pero el sonido del portero automático que anunciaba la llegada de mi cita resonó por toda la casa como si del timbre final de un combate de boxeo se tratase. No supe si sentirme vencedora o, por el contrario, aceptar la derrota e irme a llorar a un rincón.

Al salir a la calle, Leo paseó la mirada por mi figura no una, sino dos veces, como si quisiera asegurarse de que estaba frente a él. Me hubiera sonrojado por la intensidad de su escrutinio, pero me entretuve dándole un repaso similar. Iba vestido de manera informal, con unos sencillos vaqueros y una camiseta blanca de cuello en pico, sobre esta lucía una camisa gris desabotonada y remangada hasta los codos. Aun así llamaba la atención de tal manera que atrajo las miradas de todas las chicas en un radio de cien metros a la redonda.



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