Asesinos en serie by Robert K. Ressler & Tom Shachtman

Asesinos en serie by Robert K. Ressler & Tom Shachtman

autor:Robert K. Ressler & Tom Shachtman [Ressler, Robert K. & Shachtman, Tom]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Psicología
editor: ePubLibre
publicado: 1992-03-31T16:00:00+00:00


7

«QUÉ» MÁS «POR QUÉ», IGUAL A «QUIÉN»

Cuando llegué a la Unidad de Ciencias de la Conducta en 1974 me convertí en aprendiz del equipo del gordo y el flaco formado por Howard Teten y Pat Mullany. Mullany, un antiguo Christian Brother[6], llevaba desde 1972 trabajando en las técnicas de elaboración de perfiles criminales y Teten, exmiembro de la Unidad de Pruebas de la policía de San Leandro, California, trabajaba en perfiles desde 1969. Teten, a su vez, había recibido ayuda de un psiquiatra de Nueva York, el Dr. James A. Brussel, quien asombró al país entero en 1956 cuando realizó unas sorprendentes predicciones sobre la personalidad del «bombardero loco» que había dejado 32 paquetes explosivos en Nueva York en un periodo de ocho años. Brussel examinó las escenas de los crímenes, los mensajes del bombardero y otras informaciones e indicó a la policía que el culpable era un inmigrante de Europa del Este de entre 40 y 50 años que vivía con su madre en una ciudad de Connecticut. Dijo que era un hombre muy aseado y, por la manera en que escribía la letra «w», redondeando las puntas, dedujo que adoraba a su madre (las «w» redondeadas parecían pechos) y detestaba a su padre. Brussel incluso predijo que en el momento de su detención el culpable llevaría un traje cruzado con todos los botones abrochados. Cuando George Metesky fue detenido, llevaba, efectivamente, un traje cruzado abotonado y también encajaba con otros aspectos del perfil, excepto que convivía con dos hermanas solteras en vez de con su madre.

Las técnicas del perfil criminal perdieron algo de prestigio en los sesenta a raíz del caso del Estrangulador de Boston. Un equipo de psiquiatras y psicólogos se equivocó estrepitosamente al sostener determinadas conjeturas acerca de la identidad del estrangulador. No obstante, la demanda de perfiles siguió creciendo, ya que la tasa de crímenes violentos contra personas desconocidas —el crimen más difícil de resolver— aumentaba sin cesar. En los sesenta, la mayoría de los homicidios eran cometidos por individuos que tenían algún tipo de relación con su víctima. En los ochenta, sin embargo, más o menos el 25% de los asesinatos eran homicidios de personas desconocidas. Según los sociólogos, el aumento se debía al estado de la sociedad: móvil, en muchos aspectos impersonal e inundada de imágenes violentas y sexualmente explícitas.

En aquel entonces, las técnicas de elaboración de perfiles criminales eran todavía menos científicas que ahora; eran un arte que uno tenía que aprender laboriosamente siendo aprendiz durante años. Incluso en el FBI, no era una actividad con una estructura clara, sino más bien una tarea a la que se dedicaban un puñado de agentes cuando algún departamento de policía local consideraba oportuno remitirnos un caso que parecía más allá de sus capacidades o cuando un agente era lo bastante inteligente como para darse cuenta de que necesitaba ayuda. Tuve la suerte de iniciarme en este campo justo cuando Teten y Mullany tenían un caso difícil entre manos.

Pete Dunbar, un agente de la oficina del FBI en Bozeman, Montana, llamó nuestra atención sobre un caso de secuestro no resuelto.



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