Amurao. Las princesas no lloran by Fran Barrero

Amurao. Las princesas no lloran by Fran Barrero

autor:Fran Barrero [Barrero, Fran]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2019-07-01T00:00:00+00:00


Capítulo 5

2008

Las pequeñas luces que observaba a lo lejos eran ventanas, solo podían ser ventanas, se apreciaban tres, pero era imposible, allí no había casas. ¿Podría llegar corriendo si lograba zafarse de la presión de su mano? ¿La oirían si gritaba con todas sus fuerzas? Quizás aquello fuese la casa del tipo. No, imposible, ellos no caminaban en esa dirección. ¡El cuartel de la Guardia Civil! Claro, Ana lo había olvidado por completo. Los nervios por la situación le estaban jugando una mala pasada. Quizás hubiese algún agente por el cuartel y oyera sus gritos, aunque el mar… el jodido mar estaba embravecido y las olas rompían cada pocos segundos con un estruendo que ocultaría cualquier sonido.

En ese momento caminaban sobre una duna de fina y fría arena, ya alejados del camino que conducía a la playa. Desde allí se podía ver la silueta de la torre derruida que daba nombre a la zona, y al fondo la luna creaba destellos de plata sobre un horizonte de crestas de olas, todo lo demás estaba sumido en una sombra gris azulada.

Ana Díaz caminaba a trompicones, con los zapatos en una mano y con la otra aferrada al brazo del chico, aunque no era necesario porque este la tenía asida con fuerza por la cintura. Sentía cómo la arena se colaba entre los dedos de sus pies y a veces pisaba una seca rama o semilla, cuyo pinchazo provocaba un dolor que quedaba oculto tras la ansiedad que crecía en su pecho y pronto acabaría por volverla loca. Necesitaba tomar el control o, al menos, algo del mismo. Sentir que conservaba algo de esperanza. No podía aceptar su final sin luchar por sobrevivir a aquel extraño paseo.

«Por Dios, que haya una casa al final del sendero y este tipo acabe siendo un cliente normal».

—Ya casi hemos llegado.

«¿Cómo? Aquí no se ve ninguna casa. No, por favor, Dios, no me abandones».

—No hay casa ¿verdad? —La pregunta salió de forma espontánea por su boca. Jamás se hubiera atrevido a hacerla si la hubiese pensado un segundo. Las lágrimas comenzaron a brotar sin control y no fue capaz de decir una palabra más.

La mano que asía su cintura comenzó a apretar con más fuerza.

—Solo quiero que nos divirtamos un poco.

—Eso —dijo con un incontrolado temblor de labios— podríamos haberlo hecho en la capital, en mi casa.

—Verás, me gusta hacerlo en la playa. No te lo dije porque temía que no quisieras acompañarme, que te diese miedo.

—Comprenderás que… —Ella miró alrededor, entendiendo que no necesitaba terminar la frase para que él lo comprendiese.

—No tienes por qué preocuparte, no voy a hacerte daño, solo vamos a pasar un buen rato y luego te llevaré a casa. Confía en mí.

Ana no se dio cuenta hasta ese momento, el chico había vuelto a su tono seductor. Su voz era un narcótico y él parecía saberlo, o disfrutaba controlando de esa forma a las mujeres. Claro que ella no bajaría la guardia ni se sentiría segura por unos susurros que calentasen su oído.



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