Amor bajo el fuego by Isabel

Amor bajo el fuego by Isabel

autor:Isabel [Isabel]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


-Yo cuidaré de usted –musitó la joven, hundiéndose ya en el sueño.

Wye sonreía mirándola. Durante unos minutos estuvo pensado en todo en todo lo sucedido, asombrado de lo mucho que ahora dependía de la desharrapada chiquilla portuguesa.

Elvina se removió de pronto y lanzó un pequeño grito. Él aumentó la fuerza del brazo con que la rodeaba los hombros.

-¿Qué le pasa? –le preguntó.

-¡No me pegue! –gimió ella en inglés y despertó al sentir que una mano de Wye le cubría la boca.

-Estás hablando en inglés –le advirtió él en voz baja.

-Lo siento –murmuró Elvina-. Tenía una pesadilla… Mi madrastra… iba a pegarme.

-No volverá a hacerlo –afirmó Wye-. Estás ahora muy lejos de ella.

-Usted no me hará volver a Lisboa, ¿verdad? ¿Me lo promete? –rogó Elvina.

Era un temor que llevaba en la mente y en el corazón e insistió:

-¡Prométamelo! ¡Diga que me llevará con usted, que no me dejará en Portugal!

-¿De veras confías tan poco en mí? Te di mi palabra porque me salvaste la vida. ¿Crees que faltaría a ella?

-N-no…

-Me he hecho responsable de ti y, Dios mediante, llegaremos juntos a Inglaterra.

Ella sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, eran lágrimas de alivio.

-Gracias –murmuró-. ¡Gracias!

-Pobre chiquilla mía –oyó murmurar al hombre por encima de su cabeza-. Habría sido tan fácil llevarte a Inglaterra… Y ahora te tengo metida en este lío espantoso.

-No es culpa suya.

-Sí, me temo que soy el responsable de lo sucedido. Si no hubiera tenido tanta prisa, si hubiera hecho caso al capitán cuando me advirtió que se avecinaba una tormenta… Por cierto, deseo con toda mi alma que hayan podido escapar él y el resto de la tripulación.

-Al menos llevaban dinero –dijo Elvina- la prisión es menos terrible cuando se tiene dinero para comprar a los guardianes. El oro que les dio usted a sus hombres les proporcionará comodidades mientras les dure.

-La guerra no se prolongará ya mucho tiempo –afirmó Wye.

-¿Cómo puede estar tan seguro?

-Porque éste es el último esfuerzo de Napoleón y todo está en contra suya.

Elvina lanzó un leve suspiro, se acurrucó contra él y, rodeada por su brazo, volvió a quedarse dormida.

El amanecer los encontró a ambos entumecidos de frío. El cielo era gris y soplaba viento procedente del mar.

-Parece que va a llover –observó Wye.

Poco más tarde logró conseguir para Elvina una raída manta y se la echó por los hombros. Ella supuso que la había quitado a alguno de los hombres que se habían desmoralizado por completo durante la noche y que sin duda emprenderían el regreso hacia San Juan de Luz.

Aquel día iniciaron el ascenso de otra montaña y corrió la voz de que se dirigían a St. Jean de Port donde se unirían con las divisiones del general Grey, que llevaban 66 cañones. Esta información alegró a muchísimos soldados. A pesar de lo duro de la caminata, se percibió mayor optimismo y el ejército avanzaba con más determinación que el día anterior.

Llevaban poco tiempo marchando cuando la amenaza de lluvia se convirtió en realidad. Empezó a llover, mojando



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