1948 by Yoram Kaniuk

1948 by Yoram Kaniuk

autor:Yoram Kaniuk [Kaniuk, Yoram]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Bélico
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-01T05:00:00+00:00


12

Bet Yuba, un topónimo ficticio (y por buen gusto y por el amor que le tenía al hombre del que voy a hablar ahora, también le cambiaré el nombre y le llamaré N.). Había una inmensa ternura en aquel pueblo, situado en medio de un paisaje eretzisraelí que ya no existe, en la ladera de una montaña sombreada por suaves tamariscos, azufaifos y cipreses de espesas copas. Era un pueblo que en el pasado había visto duras batallas. En nuestra guerra, después de las guerras de los romanos y los cruzados que se evaporaron de nuestra tierra, nosotros sí salimos victoriosos de allí.

Uno de los nuestros, a quien conocía pero cuyo nombre no recuerdo, estaba colgado de un árbol, cortado en pedazos atados con cuerdas y con la polla metida en la boca. N. se detuvo frente a su compañero despedazado y su rostro se llenó de ira. Tenía el pelo tieso de suciedad, su ropa estaba hecha jirones y llevaba cada zapato de un color porque se los había cogido a dos muertos distintos. Al parecer gritó, pero no lo oímos, porque puede que ya hubiésemos entrado en el pueblo y estuviésemos tumbados a la sombra de una casa bajo una higuera o limpiando las Stens y los rifles o buscando discos árabes para llevarnos, o puede que sí oyésemos sus gritos pero no nos importase demasiado.

Antes habíamos subido a la montaña, habíamos disparado y cantado. Cantamos «Subimos y disparamos» y uno con un megáfono gritó a los árabes para que evacuasen la zona. Los oficiales que nos habían enviado no estaban allí. Seguramente estaban durmiendo en la pensión de la casa Fefferman, en el camino de Maalé Hajamishá, o quizá estuviesen oyendo las canciones de los discos que llevamos nosotros hacía unos días.

Al fondo, Jerusalén surgía de la niebla que cubría toda la cima de la montaña. En la gran casa junto a la que nos tumbamos, vimos a un anciano árabe sentado con las piernas cruzadas sobre una vieja manta y tapando con su chilaba un cuerpo rodeado de moscas. En sus ojos se veía una pequeña sonrisa, una especie de desdén dolorido y desafiante, o tal vez solo se sentía traicionado por sus comandantes elegantemente vestidos que habían hecho el papel de grandes héroes pero enseguida habían huido como alma que lleva el diablo. Al parecer era una especie de llanero solitario que intentaba ganar una guerra con ayuda de una sonrisa de desprecio. Nahum gritó: hay que matar a todos los de este pueblo, aquí hasta los gatos son árabes. La sonrisa del árabe parecía haberle afectado. Salvo una bala en el cuerpo que yacía allí, no vimos mucho.

N. caminó de nuevo hacia el cadáver, espantó los cuervos que habían empezado a graznar junto al árbol y miró un rato a aquel joven, un buen amigo suyo que ahora estaba colgado con la polla en la boca. Le quitó los zapatos, se los probó y el árabe que estaba sentado con las piernas cruzadas se levantó y echó a correr.



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