Vineland by Thomas Pynchon

Vineland by Thomas Pynchon

autor:Thomas Pynchon [Pynchon, Thomas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1989-12-31T16:00:00+00:00


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La forma de la exigua pero legendaria costa del condado de Trasero, donde las olas eran tan altas que uno podía tumbarse en la playa y contemplar el sol a través de ellas, reproducía en su particular escala la gran curva entre San Diego y Terminal Island, circunscribiendo una reserva militar que, como Camp Pendleton en el mundo exterior, se extendía desde el océano hasta los dominios del desierto. A un extremo de la base, aprisionadas entre las vallas y el mar, sobre el acantilado, rielaban las pálidas arcadas y columnas, los madroños y cipreses deformados por el viento del recinto de la Universidad de los Rompientes. Sobre el fondo castrense, sombrío y monótono, destacaba una animada cabeza de playa de drogas, sexo y rock and roll desde la que los compases de la música subversiva, acompañada día y noche por panderetas y armónicas, se infiltraban como la niebla por la valla, subían por los barrancos secos y, flanqueados por antenas de vigilancia, parabólicas y blancos mástiles, entre los plateados almacenes de material, llegaban a los oídos de los centinelas, atenuados pero ominosos, como los cánticos de nativos hostiles en una película de lucha entre blancos y tribus salvajes.

Cómo había llegado a suceder aquello era un misterio para todos los niveles de mando, especialmente en aquel lugar comprimido entre los dos condados ultraconservadores de Orange y San Diego, donde se había desarrollado una especie de ciudad fronteriza, combinación extremosa de ambos, atractiva para los ricos que, congregados alrededor de los campos de golf y los puertos deportivos en casas pintadas del mismo color que el terreno, de inmensa superficie pero adecuada altura, aterrizaban y despegaban en aeródromos privados y poco después empezarían a dejarse caer en lo de Dick Nixon, al otro lado de la frontera del condado de San Clemente, sin tomarse siquiera la molestia de telefonear antes, la mayoría de ellos sólido dinero californiano, petróleo, construcción, películas. La Universidad de los Rompientes tenía que haber sido, ostensiblemente, su politécnica privada para formar al tipo de gente que trabajaría para ellos, con cursos sobre métodos de aplicación de la ley, administración de empresas, la flamante disciplina de Ciencias Informáticas, todo ello únicamente para estudiantes previsiblemente dóciles y sujetos a un código de vestido y peinado que hasta al mismo Nixon le parecía un poco anticuado. Cuando a nadie se le hubiera ocurrido que en aquel lugar surgieran disidencias de la realidad oficial, de pronto, sin previo aviso, se declaró la misma pavorosa enfermedad que infectaba los recintos universitarios de todo el país, demasiados casos, incluso los primeros días, para la capacidad de los servicios de seguridad universitarios.

Pero cuando los coordinadores itinerantes del Movimiento empezaron a llegar, tuvieron que limitarse a mover la cabeza y abrir y cerrar los ojos, como tratando de salir de un sueño. Ninguno de aquellos chavales había hecho análisis de ninguna especie. No sólo nadie pensaba en la situación real, ni siquiera había alguien que reaccionara instintivamente ante ella. Por el contrario, estaban



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