Siete Domingos Rojos by Ramon J. Sender

Siete Domingos Rojos by Ramon J. Sender

autor:Ramon J. Sender [Sender, Ramon J.]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


XII. HABLA STAR Y ENTRE OTRAS COSAS CUENTA CÓMO DEFENDIÓ UN TRANVÍA PARA

DAR CELOS A VILLACAMPA

Al amanecer ha venido otra vez la policía y ha ocupado la casa. Por lo que se ve, ha convertido mi casa en un cepo donde atrapar a los que vayan llegando. O quizás sospechan que hay armas y quieren solamente evitar que vengan a buscarlas. Mi abuela se ha marchado a la casa de enfrente, con la señora Cleta, y se asoma de vez en cuando por el balcón. Ahora ha cambiado de táctica y no habla tanto con los agentes. A sus preguntas contestaba hoy con una canción bastante puerca en la que los trataba de invertidos. La pobre tiene la manía de que a mi padre lo han secuestrado y quería husmear y rebuscar el cadáver por todo Madrid. No pudimos ver lo que hacían con él, porque nos echaron de la plaza de Neptuno. Mi abuela se asoma al balcón en este momento y llama a los agentes. Hace un corte de mangas dándose una fuerte palmada en el brazo y lo dedica: –¡Pa' el director general de Orden Público!

Está comprometiendo a la señora Cleta que es viuda de militar. Yo paseo por la calle con el gallo. El pobre está un poco aturdido. El gato ha venido esta madrugada despeluchado y flaco. A este paso van a acabar con todos nosotros. También está con la abuela, la señora Cleta. Yo me he quedado en la calle porque a lo mejor llegan compañeros y puedo avisarles con una seña para que se larguen. El gallo da tantos pasos como yo. Es decir, mas, porque cada tres de él hacen uno mío. Llevo en la mano la boina y en la boina la pistola. El agente de las gafas me ha dicho un piropo y yo me he quedado mirando muy fijo: “Si fuera hombre, le partía la cara”. Esa manera de mirar y de hacer que entienda el otro la mirada no la he descubierto yo, sino que la aprendí de una gitana joven a la que le había hecho una proposición un señorito.

Paseando me acerco hasta la misma verja del pabellón del cuartel. Las paredes son de ladrillo color rosa y están llenas de Sol. Por el lado del cuarto de Amparo todo es enredaderas verdes y campanillas azules y son tan limpias y tan frescas que a mí me gustaría ir desnuda y rodearme la cintura y la cabeza con ellas. Pero acordándome de la carta de Samar, esos amores de Samar y Amparo me resultan como los de las tarjetas postales que venden en los estancos. Uno va a besar a una. Los dos guapos y bien peinados. Y en un extremo una palomita blanca. Yo me he llevado un chasco con Samar. Creía que era más inteligente, que era anarquista y sabía nadar. Luego he visto que se deja quitar un documento por la policía, y que nada muy mal. Pero -eso sí- es un buen compañero.



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