El miedo a los animales by Enrique Serna

El miedo a los animales by Enrique Serna

autor:Enrique Serna [Serna, Enrique]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 1994-12-31T16:00:00+00:00


Radiante fulgor de estrella

que iluminas mi cendero

dile a la que yo más quiero

que estoy muriendo por ella.

Cansado de leer, prendió el radio y movió el sintonizador hasta dar con Radio Capital. Oyendo «Angie», la vieja balada de los Stones, se puso melancólico y pensó en Dora Elsa. Hacía tiempo que no amaba a una mujer con esa combinación de ternura y enculamiento. Hasta la coca había dejado por ella, y todo para perderla a lo tarugo, por culpa de unos calzones que ni siquiera le había bajado a su dueña. Recordó con rabia la cátedra de lingüística que Perla Tinoco había impartido entre las piernas de Fabiola y pensó que Dora Elsa, caliente como era, podía dejarlo en cualquier momento por alguna corista del Sherry’s, donde la tortilla era el pan nuestro de cada día. Si acaso lo perdonaba —nada le costaba soñar con los Reyes Magos—, tendría que pulirse como amante, ser hombre y lesbiana a la vez, pues ahora sentía que toda mujer era una rival en potencia. Empezaba a calentarse imaginando cómo aplicaría las enseñanzas de Perla Tinoco el día de su reconciliación, cuando al otro lado del parque se detuvo frente a la casa de Osiris un Cavalier azul claro con vidrios polarizados. Evaristo echó mano a la Magnum, salió del coche y caminó sobre las hojas secas a paso veloz, la pistola oculta en la bolsa de la chamarra. El hombre que manejaba el Cavalier tardó en abrir la portezuela buscando algo en la guantera. Llevaba una gabardina beige idéntica a la del hombre que lo había atacado la noche anterior. Cuando bajó del coche y se dispuso a abrir el garaje, Evaristo ya lo tenía a su merced.

—¿Es usted Osiris Cantú?

El hombre asintió. Era alto, ojiazul, tenía la nariz recta, el bigote a medio encanecer y aunque estaba un poco excedido de peso, conservaba el porte y la elegancia de sus tiempos estudiantiles.

—Te estaba esperando, narcopoeta —Evaristo le pegó el cañón de la Magnum a las costillas—. ¿Me concedes una entrevista? Quiero saber cómo te inspiras para escribir tan bonito.

—Llévese el coche si quiere, pero no me mate —Osiris tiritó de miedo.

—¿Quién te dijo que soy ladrón? ¿Apenas acabamos de conocernos y ya me insultas?

—¿Qué es lo que quiere? Yo no me meto con nadie. Soy gente de paz.

—¿Te refieres a Octavio? Pues conmigo no valen esas palancas. Jálale para dentro —Evaristo le dio un empellón hacia el zaguán—. Hace mucho frío aquí afuera y me está temblando la mano. Yo no respondo si se me va un tiro.

Osiris abrió precipitadamente las dos cerraduras y al entrar a la casa, un french poodle rasurado se le echó encima y lo saludó a lengüetazos.

—Espérate, Propercio, no estoy de humor para juegos.

Al ver a Evaristo, el perro le gruñó con recelo.

—¿Eres tú, mi vida? —se asomó por el cubo de la escalera una mujer a medio peinar, cubierta con un albornoz—. Te habló el director de Bellas Artes para avisar que nos dejaba los boletos para la Opera en la taquilla del teatro.



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