(Episodios Nacionales Ilustrados S1-02) La Corte de Carlos IV by Benito Perez Galdos

(Episodios Nacionales Ilustrados S1-02) La Corte de Carlos IV by Benito Perez Galdos

autor:Benito Perez Galdos
La lengua: es
Format: mobi
Tags: prose_history
editor: Cervantes Virtual
publicado: 2000-12-31T23:00:00+00:00


—¡Ah, las mujeres!, ¡las mujeres! ¿No aprenderán nunca a tener discreción? —interrumpió el marqués—. Me admiro de ver con cuánta frivolidad te ocupas de asuntos tan peligrosos.

—En este papel —prosiguió la condesa sin atender a las fastidiosas amonestaciones del diplomático—, se indica a los reyes y a Godoy con nombres godos. Leovigildo es Carlos IV, la reina es Goswinda, y el de la Paz, Sisberto. Pues bien: el Príncipe, que se atribuye el papel de San Hermenegildo, dice a los con jurados que la tempestad debe caer sobre Sisberto y Goswinda, y que traten de embobar a Leovigildo con vítores y palmadas.

—¿Y eso es todo? —preguntó la marquesa. Pues no hay cosa más inocente.

—Está bien claro —indicó Amaranta con ira—, que se trata de destronar a Carlos IV.

—No lo veo yo así.

—Pues yo sí —repuso la condesa—. La tempestad debe caer sobre Sisberto y Goswinda. De modo que el heredero y sus amigos, no sólo tratan de mandar a paseo al guardia, sino que también quieren hacer alguna picardía con la reina, cuando menos llevarla a la guillotina como a la pobre María Antonieta. Todos saben cuánto ama el Rey a su esposa. Cualquier ofensa que a ésta se le haga, la considera como hecha a su propia persona.

—Pues lo que digo es que si algo les pasa, bien merecido se lo tienen —fue la contestación de la marquesa.

—Y yo sostengo —añadió mi ama alterándose más—, que el Príncipe podía haber intentado cuantas conjuraciones quisiera para echar[34] del ministerio a Godoy; pero escribir exposiciones al Rey, poniendo en duda el honor de su madre, y hablando de arrojar tempestades sobre Sisberto y Goswinda, lo cual equivale a atentar contra la vida de la Reina, me parece conducta muy indigna de un Príncipe español y cristiano... Al fin es su madre: cualesquiera que hayan sido las faltas de ésta (y yo estoy segura de que no son tantas ni tan grandes como las de quien las publica), no es propio de un hijo el reconocerlas o mencionarlas, ni menos fundarse en ellas para perseguir a un enemigo.

—Hija, no estás poco melindrosa —dijo con acrimonia la tía de Amaranta—. Yo creo que el Príncipe hace muy retebién, y si a alguien le pesa, más valiera no haber dado motivos con lo que todos sabemos a lo que está pasando. Y sino, hermano, tú que lo sabes todo, dinos tu opinión.

—¡Mi opinión! ¿Creéis que es fácil dar opinión sobre asunto tan espinoso? Y lo que yo pueda pensar, conforme a mi experiencia y luces, ¿puedo acaso decirlo en conferencia de mujeres, que al punto van diciendo por cámaras y ante-cámaras a todo el que las quiera oír...?

—No hay quien te saque una palabra. Si yo supiera la mitad de lo que tú sabes, hermano, gustaría de instruir ignorantes.

—Para formar exacto juicio, vengan datos —dijo el marqués—. ¿Alguna de Vds. sabe la opinión de la Reina sobre estas cosas?

—Cuando se leyó en consejo el último de los papeles que he citado —respondió la condesa—, Caballero dijo que el Príncipe merecía la pena de muerte por siete capítulos.



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