La ciudad de vapor by Carlos Ruiz Zafón

La ciudad de vapor by Carlos Ruiz Zafón

autor:Carlos Ruiz Zafón
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
publicado: 2020-11-16T23:00:00+00:00


—Le encontrará en la Locanda Borghese, al anochecer.

—¿Cree usted que le interesará mi obra?

Leonello sonrió enigmáticamente.

—Buena suerte, Cervantes.

Al caer la noche Cervantes se enfundó la única muda limpia que tenía y se encaminó a la Locanda Borghese, una villa rodeada de jardines y canales que quedaba no muy lejos del palacio de don Anselmo Giordano. Un sirviente circunspecto le sorprendió al pie de las escalinatas al anunciar que se le esperaba y que Andreas Corelli le recibiría en uno de los salones en breve. Cervantes imaginó que tal vez Leonello era más bondadoso de lo que se pintaba y había enviado una nota de recomendación a su amigo el editor en su favor. El sirviente condujo a Cervantes a una gran biblioteca oval que yacía en la penumbra y estaba caldeaba por una hoguera que proyectaba un intenso reluz ámbar que danzaba por las infinitas paredes de libros. Dos grandes sillones estaban enfrentados al fuego y Cervantes, tras dudar unos instantes, tomó asiento en uno de ellos. La danza hipnótica del fuego y su cálido aliento le envolvieron. Transcurrieron un par de minutos hasta que reparó en que no estaba solo. Una figura alta y angulosa ocupaba el otro sillón. Vestía de negro y llevaba un ángel de plata idéntico al que había visto en la solapa de Leonello aquella tarde. Lo primero en que reparó fueron sus manos, las más grandes que jamás había visto, pálidas y armadas de dedos largos y afilados. Lo segundo fueron sus ojos. Dos espejos que reflejaban las llamas y su propio rostro, que no parpadeaban nunca y que parecían alterar el dibujo de las pupilas sin que un solo músculo del rostro se moviera lo más mínimo.

—Me dice el bueno de Leonello que es usted un hombre de gran talento y poca fortuna.

Cervantes tragó saliva.

—No permita que le inquiete mi aspecto, señor Cervantes. Las apariencias no siempre engañan, pero casi siempre atontan.

Cervantes asintió en silencio. Corelli sonrió sin separar los labios.

—Me trae usted un drama. ¿Me equivoco?

Cervantes le tendió el manuscrito y pudo ver que Corelli sonreía para sí mismo al leer el título.

—Es una primera versión —aventuró Cervantes.

—Ya no —dijo Corelli, pasando páginas.

Cervantes contempló cómo el editor iba leyendo con calma, sonriendo a ratos o alzando las cejas con sorpresa. Un vaso de vino y una botella con un caldo de color exquisito parecía haberse materializado en la mesa que mediaba entre ambas butacas.

—Sírvase, Cervantes. No solo de letras malvive el hombre.

Cervantes escanció el vino en un vaso y se lo llevó a los labios. Un aroma dulce y embriagador inundó su paladar. Apuró el vino en tres sorbos y sintió un deseo irreprimible de servirse más.

—Sin pudor, amigo mío. Una copa sin vino es un insulto a la vida.

Pronto Cervantes perdió la cuenta de los vasos que había saboreado. Una grata y reconfortante somnolencia se había apoderado de él y entre párpados caídos pudo ver que Corelli seguía leyendo el manuscrito. Campanadas de medianoche se escucharon en la lejanía. Poco después, cayó el telón de un sueño profundo y Cervantes se abandonó al silencio.



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