Venetia by Georgette Heyer

Venetia by Georgette Heyer

autor:Georgette Heyer [Heyer, Georgette]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1957-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo 12

A la mañana siguiente, Venetia despertó con una sensación de opresión de la que no se libró al descubrir, poco después, que su única acompañante en la mesa del desayuno era la señora Scorrier, pues Charlotte todavía se hallaba en la cama y Aubrey había pedido a Ribble que le llevara el café y las tostadas con mantequilla a la biblioteca. La señora Scorrier la recibió con amabilidad, pero le provocó un arrebato de insólita rabia al preguntarle si quería nata en el café. Al principio Venetia creyó que no podría contestar, pero consiguió reprimir lo que le pareció una furia desproporcionada, y contestó que no debía molestarse en servirla. La señora Scorrier, momentáneamente acallada por aquella repentina mirada iracunda, por lo general risueña, no insistió, y a continuación se embarcó en un efusivo panegírico que abarcaba la cama en que había dormido, la vista de que gozaba desde la ventana y el silencio. Venetia respondió con cortesía, pero cuando la mujer expresó su sorpresa de que permitiera a Aubrey desayunar cuando y donde se le antojara, repuso en un tono claramente cortante:

—Ah, ¿sí?

—Quizá esté anticuada, pero me gusta la puntualidad. Sin embargo, entiendo que el pobre chico debe de haber supuesto una difícil carga para usted. Cuando sir Conway vuelva a casa, él sabrá meterlo en cintura —aseguró, lo que provocó la risa de Venetia.

—Mi querida señora Scorrier, se refiere usted a Aubrey como si fuera un crío. Pronto cumplirá diecisiete años, y dado que nunca nadie lo ha metido en cintura, sería inútil tratar de hacerlo ahora. La verdad es que a Conway ni se le ocurriría intentarlo.

—Pues he de decirle, señorita Lanyon, que me asombraría mucho si su hermano mayor permitiera a Aubrey que se hiciera servir las comidas en una bandeja sin pedirle siquiera permiso a usted, ahora que hay una dama en Undershaw, porque ésa no es una costumbre en absoluto elegante. Y perdóneme que le hable con tanta sinceridad.

—No, no me importa, al contrario, porque me permite hablar a mí del mismo modo —se apresuró a responder la joven—. Le ruego que abandone cualquier idea que pueda albergar en cuanto a reformar a Aubrey, pues ni usted ni su hija tienen derecho a entrometerse en sus asuntos, de los que ya se ocupa él, y, en cierta medida, también yo.

—¡Ah! Por lo visto estoy mal informada, pues creía que Conway es el tutor legal de su hermano menor.

—No, no está mal informada, pero Conway sería el primero en aconsejarle que me dejara a Aubrey a mí. Considero oportuno advertirla, señora, de que aunque Conway se compadece mucho de la discapacidad física de Aubrey, siente una profunda admiración por su superioridad intelectual. Además, aunque tiene muchos defectos, no sólo es excesivamente bondadoso, sino que también posee una peculiar caballerosidad que le impediría ser intransigente (¡hasta extremos absurdos!) aunque Aubrey fuera diez veces más enojoso de lo que ya es. Eso era lo único que quería explicarle, y espero que perdone mi sinceridad, como yo he perdonado la suya.



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