Ethan Frome by Edith Wharton

Ethan Frome by Edith Wharton

autor:Edith Wharton [Wharton, Edith]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1911-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo V

Terminaron de cenar y, mientras Mattie recogía la mesa, Ethan fue a ver las vacas y luego dio una última vuelta a la casa. La tierra yacía oscura bajo un cielo encapotado y el aire estaba tan quieto que, de vez en cuando, se oía caer una masa de nieve de un árbol lejano en los linderos del bosque.

Cuando regresó a la cocina, Mattie había colocado la silla de él junto al fuego y estaba sentada junto a la lámpara con una labor. La escena era exactamente como él la soñara aquella mañana. Se sentó, sacó la pipa del bolsillo, y estiró los pies hacia el fuego. El duro día de trabajo al aire libre le hizo sentirse de inmediato perezoso y alegre, y con la confusa sensación de estar en otro mundo, donde todo era calidez y armonía y el tiempo no podía traer ningún cambio. Lo único que impedía que el bienestar fuera completo era el no poder ver a Mattie desde donde estaba sentado; pero se sentía demasiado indolente para moverse y, tras un instante, dijo:

—Ven aquí y siéntate junto al fuego.

Frente a él se alzaba la mecedora vacía de Zeena. Mattie se levantó obediente y se sentó en ella. Cuando su cabeza, joven y morena, se perfiló sobre el cojín de retazos que solía enmarcar el rostro macilento de su esposa, Ethan sintió un estremecimiento instantáneo. Fue casi como si el otro rostro, la cara de la mujer suplantada, hubiera borrado la de la intrusa. Tras unos instantes, Mattie pareció afectada por la misma agobiante sensación. Cambió de postura, inclinando la cabeza hacia delante sobre la labor, de modo que Ethan sólo veía la punta de la nariz en escorzo y la cinta del pelo. Pero después ella se levantó diciendo «no hay luz suficiente para coser» y volvió a su asiento junto a la lámpara.

Ethan alegó que tenía que levantarse para echar leña al fuego, y cuando volvió a su asiento lo colocó de lado para poder verla de perfil; la luz de la lámpara iluminaba sus manos. El gato, desconcertado espectador de estas maniobras insólitas, saltó a la mecedora de Zeena, se hizo un ovillo y se quedó quieto, observándoles con ojos semicerrados.

Un profundo silencio inundó la estancia. El reloj tictaqueó en el aparador, las ascuas de leña caían de vez en cuando, y el aroma leve y acre de los geranios se mezclaba con el olor de la pipa de Ethan, que empezó a formar una niebla azul alrededor de la lámpara y a colgar grisáceas telarañas en los rincones oscuros de la cocina.

Había desaparecido la tensión, y ambos empezaron a hablar con sosiego y sencillez. Hablaron de cosas cotidianas, de la posibilidad de que nevara, de la próxima reunión parroquial, de los amores y las riñas de Starkfield. El carácter trivial de su conversación producía en Ethan la ilusión de una vieja intimidad que ningún arrebato de emoción podría haber proporcionado. Ethan dejó correr la imaginación, haciéndose a la idea de



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