El Dios de la Edad Media by Jacques Le Goff

El Dios de la Edad Media by Jacques Le Goff

autor:Jacques Le Goff [Le Goff, Jacques]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2002-12-31T16:00:00+00:00


Sin embargo, en el dominio de la justicia, la principal intervención divina, en la época de la alta Edad Media, era el «juicio de Dios». Para obtener la prueba de culpabilidad o inocencia de un acusado, éste era sometido a ciertas pruebas. Estas podían consistir, por ejemplo, en el contacto con un objeto de metal incandescente, que el sospechoso cogía en sus manos, quedando exculpado si no se quemaba o condenado en el caso contrario. Una forma especialmente adaptada a las costumbres de los guerreros paganos recién convertidos fue el combate singular. Esta institución dio lugar a un verdadero comercio. Los acusados, en particular las mujeres, que querían probar su inocencia en un combate singular contra su acusador, recurrían a guerreros, muy frecuentemente mercenarios que lograban riqueza y notoriedad al ponerse de manera victoriosa al servicio de acusados físicamente débiles. Dios daba a esos guerreros la fuerza que les hacía vencer si la causa que defendían era justa. Ese tipo de justicia, que tendemos a denominar bárbara, despertó poco a poco la hostilidad de los hombres y mujeres de la Edad Media, y sobre todo de la Iglesia. En su lugar, se establecieron instituciones y métodos judiciales que parecían más convincentes, más «justos», y manifestaban intervenciones divinas más refinadas en el ejercicio de la justicia terrena. El juicio de Dios que tenía el favor, si no del pueblo, al menos de una parte de la aristocracia vulgar, se mantuvo durante mucho tiempo. No fue sino a principios del siglo XIII cuando la Iglesia logró condenarlo de manera definitiva. Dios inspiraba con frecuencia a la Iglesia medieval intervenciones contra los comportamientos y las costumbres brutales de la aristocracia guerrera. Si esos guerreros apelaban frecuentemente a Dios, si le invocaban a veces de manera muy solemne, como el propio Felipe Augusto en el momento de entablar la batalla de Bouvines (1214), era otra misión, otra virtud, la que Dios quería hacer reinar de manera prioritaria en la tierra: la paz. La mano de Dios fue percibida en el movimiento de paz que, en el curso del año mil, sostuvo la Iglesia, y, al parecer, también las masas populares contra la anarquía y la brutalidad de los guerreros que estaban construyendo el sistema que llegará a ser el feudalismo. Y los primeros resultados importantes serán, si no una pacificación general, al menos una multiplicación y una prolongación de los períodos de paz, las treguas; y los reglamentos de esta naturaleza recibieron el nombre de la Paz de Dios. Esta invocación sacralizaba la institución y su violación resultaba, en consecuencia, mucho más difícil. Lugartenientes de Dios en la tierra, o, todavía mejor, encarnación de Dios en la tierra en su función de auctoritas política, los príncipes y los reyes se pusieron en lugar de Dios, y la tregua se convirtió en el siglo XII en la paz del príncipe o la paz del rey. Uno de los primeros poderosos en manifestarse con brío en este papel fue el duque de Normandía. A partir del siglo XI, la paz del duque se impuso a los súbditos del ducado.



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