Vagabundos by Knut Hamsun

Vagabundos by Knut Hamsun

autor:Knut Hamsun [Hamsun, Knut]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1927-04-27T00:00:00+00:00


Capítulo XI

En la cubierta del barco correo viajaban varios pasajeros, sentados en los rincones, y como la temperatura era glacial, se revolvían de cuando en cuando para sacudirse el frío. Algunos estaban algo mareados, pero intentaban disimularlo. Otros proclamaban a los cuatro vientos que el mareo no podía con ellos. Eduardo descendió de cubierta.

Tres hombres jugaban a las cartas, riendo, charlando y dando palmadas sobre la mesa, sentados en cajas y sacos. Un barril vacío, con el fondo vuelto hacia arriba, hacía de mesa. Los jugadores rociaban su debate echando tragos de una botella.

Una señora joven, con la cabeza envuelta en profusión de paños de lana, permanecía casi desmayada en su asiento, lamentándose de las angustias del mareo.

—¡Pronto flotaremos en aguas tranquilas! —le dijo Eduardo con ánimo de tranquilizarla.

La señora le miró con ojos desfallecidos y guardó silencio. Él se sentó, de inmediato, cerca de ella, y procedió a meditar, distrayendo la mirada en la contemplación de sus propios zapatos. El barco comenzó a navegar en una mar menos alborotada y la señora pareció volver a la vida. Entablaron conversación. La señora se dirigía a Bodö, donde tenía que ser operada del cuello.

—¿Y tú, adónde vas? —inquirió ella.

Eduardo respondió con evasivas. No lo sabía a punto fijo. Posiblemente, muy lejos. Requerida la atención de la señora por sus propias cuitas, se abstuvo de proseguir preguntando. Fue pasando el tiempo.

Los jugadores de naipes le preguntaron si quería tomar parte en el recreo.

—No, no pensaba en tal cosa —respondió.

—¿Acaso estás mareado?

Eduardo sonrió, denegando con la cabeza, y proclamó que ya era viejo lobo de mar.

—¡Ven acá, y echa un trago! —le dijeron.

Se acercó a ellos y bebió un sorbo. Era agua diente inofensivo, incapaz de emborrachar a nadie. Aquellos hombres eran marineros originarios del Sur, que regresaban, dados de baja de embarcaciones ancladas en Lofot, que, terminada la compra de la pesca, habían ido a fondear en los secaderos.

Llevaban la soldada en sus bolsillos y regresabais contentos a sus casas. ¿Adónde iba Eduardo? Por: segunda vez, volvió a responder con evasivas.

Lo mismo se preguntaba él: ¿Adónde iba?

Había abandonado su equipo de faena, dejándolo colgado en la choza de Lofot, para dar a comprender a sus compañeros que no pensaba volverlo al necesitar; pero, a pesar de ello, estaba perplejo ante su destino.

Partía con rumbo a parajes lejanos… ¿Qué dirección tomaría? Había pensado ir a tierras extranjeras. Así lo había dicho repetidas veces; pero al llegar el momento decisivo, vacilaba. ¿Dónde encontraría el dinero indispensable para emprender un viaje tan largo? Esta inseguridad le había aconsejado prescindir de toda despedida con sus camaradas.

¿Qué crisis atravesaba Eduardo? Fuertes y poderosas eran sus manos, pero llevaba el ánimo hecho astillas. Navegaba con rumbo desconocido, sin patria, extraño al suelo que sus pies pisaran y arrastrando las raíces de su tierra tras su persona.

No correspondió a la fineza de los jugadores de naipes, pues no quería jugar ni tampoco ser bebedor. Creyendo los otros habérselas con un converso, le hablaron en tono amistoso.

—Son muchas las opiniones sobre el juego de naipes —le dijeron—.



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