Una grieta en el espacio by Madeleine L’Engle

Una grieta en el espacio by Madeleine L’Engle

autor:Madeleine L’Engle [L’Engle, Madeleine]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1972-12-31T16:00:00+00:00


SEIS

El verdadero señor Jenkins

—¡Charles! —exclamó Meg.

Los tres señores Jenkins levantaron las manos en señal de advertencia, diciendo al mismo tiempo:

—¿Charles Wallace Murry, qué sucede ahora?

Charles Wallace miraba con interés a los tres hombres.

—Hola, ¿qué es esto?

El Señor Jenkins Uno dijo:

—¿Qué haces con esa… esa…?

Los tres hombres se mostraban visiblemente temerosos de Louise. Era imposible saber cuál era el «verdadero» señor Jenkins por una variación en la respuesta a la serpiente. Louise alzó la cabeza con los ojos medio cerrados, y emitió el extraño chasquido de advertencia que Meg había oído la noche anterior. Charles Wallace la acarició con dulzura, y miró especulativamente a los tres hombres.

—Se suponía que hoy debíamos traer una pequeña mascota a la Escuela para compartir con la clase.

Meg pensó: «Bien por ti, Charles, por pensar en Louise la Más Grande. Si aterrorizas al señor Jenkins, eso te hará subir un nivel en la estimación que los otros niños tienen de ti. Si hay una cosa en la que todo el mundo en la escuela está de acuerdo es que el Señor Jenkins es un roedor retrasado».

Los tres señores Jenkins dijeron severamente:

—Sabes perfectamente a qué pequeños animales domésticos nos referíamos, Charles Wallace. Tortugas o peces tropicales o tal vez incluso un hámster.

—O un jerbo —agregó el señor Jenkins Dos—. Un jerbo sería aceptable.

—¿Por qué se ha multiplicado? —preguntó Charles Wallace—. Uno de ustedes ya me parece más que suficiente.

Louise chasqueó de nuevo; era un sonido escalofriante.

El señor Jenkins Tres reclamó:

—¿Por qué no estás en clase, Charles?

—Porque la maestra me dijo que tomara a Louise la Más Grande y regresara a casa. Realmente no entiendo por qué. Louise es amigable y ella no le haría daño a nadie. Sólo las niñas le tenían miedo. Ella vive en nuestro muro de piedra que da al huerto de los gemelos.

Meg miró a Louise, a sus ojos encapuchados, a la posición cautelosa de su cabeza, a la contracción de alarma de los últimos centímetros de su cola negra. Blajeny les había dicho que Louise era una Profesora. La misma Louise no había levantado dudas en las últimas veinticuatro horas de que era más que una serpiente de jardín común y corriente. Louise sabría, sabía, Meg estaba segura de ello, quién era el verdadero señor Jenkins. Tragándose su propia timidez con todas las serpientes, ella extendió la mano hacia Charles Wallace.

—Déjame sostener a Louise un momento, por favor, Charles.

Pero Proginoskes le habló mentalmente:

«No, Meg. Tienes que hacerlo tú misma. No puedes dejar que Louise lo haga por ti».

Muy bien. Ella aceptaba eso. Pero quizá Louise todavía pudiera ayudarla.

Charles Wallace observó cuidadosamente a su hermana. Luego extendió el brazo en el cual Louise estaba medio enrollada. La serpiente se deslizó sinuosamente hacia Meg. Su cuerpo se sentía frío, y hormigueaba de electricidad. Meg trató de no estremecerse.

—Señor Jenkins —dijo Meg—. Respóndanme, cada uno de ustedes. Uno después de otro. ¿Qué van a hacer respecto a Charles Wallace y Louise? Charles Wallace no puede caminar solo hasta casa. Está demasiado lejos. ¿Qué van a hacer respecto a Charles Wallace y la escuela en general?

Nadie se ofreció a responder.



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