Tormento by Benito Pérez Galdós

Tormento by Benito Pérez Galdós

autor:Benito Pérez Galdós [Pérez Galdós, Benito]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1884-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo XXI

Aquel buen hombre, que se había pasado lo mejor de su vida en un trabajo árido, siendo en él una misma persona el comerciante y el aventurero, tenía, al entregarse al descanso, la pasión del orden, la manía de las comodidades y de cuanto pudiera hacer placentera y acompasada la vida. Le mortificaba todo lo que era irregular, todo lo que traía algún desentono a las rutinarias costumbres que tan fácilmente adquiría. Había establecido en su casa un régimen, por el cual todo se hacía a horas fijas. Las comidas se le habían de servir a punto, y hasta en cosas muy poco importantes ponía riguroso método. Ver cualquier objeto fuera de su sitio en el despacho o en el gabinete le mortificaba. Si en cualquier mueble notaba polvo, si por alguna parte se echaban de ver negligencias de Felipe, se incomodaba, aunque con templanza. «Felipe, mira cómo está ese candelabro… Felipe, ¿te parece que es ese el sitio de las cajas de cigarros? Felipe, veo que te distraes mucho… Te has dejado aquí tus apuntes de clase. Hazme el favor de no ponerme aquí papeles que no sean míos».

Este prurito de método y regularidad se manifestaba más aún en cosas de más alto interés. Por lo mismo que había pasado lo mejor de su vida en medio del desorden, sentía al llegar a la edad madura, vehemente anhelo de rodearse de paz y de asegurarla arrimándose a las instituciones y a las ideas que la llevan consigo. Por esto aspiraba a la familia, al matrimonio, y quería que fuera su casa firmísimo asiento de las leyes morales. La religión, como elemento de orden, también le seducía, y un hombre que en América no se había acordado de adorar a Dios con ningún rito, declarábase en España sincero católico, iba a misa y hallaba muy inconvenientes los ataques de los demócratas a la fe de nuestros padres. La política, otro fundamento de la permanencia social, penetró asimismo en su alma, y vedle aplaudiendo a los que querían reconciliar las instituciones históricas con las novedades revolucionarias. A Caballero le mortificaba todo lo que fuera una excepción en la calma y rutina del mundo, toda voz desafinada, toda cosa fuera de su lugar, toda protesta contra las bases de la sociedad y la familia, todo lo que anunciara discordia y violencia, lo mismo en la esfera privada que en la pública. Era un extenuado caminante que quiere le dejen descansar allí donde ha encontrado quietud, paz y silencio.

Había comprado una casa nueva, hermosísima, en la calle del Arenal, cuyo primer piso ocupaba por entero. Parte de ella estaba amueblada ya, atendiendo más a la disposición cómoda, según el uso inglés, que a ese lujo de la gente latina, que sacrifica su propio bienestar a estúpidas apariencias. Allí, sin que faltara lo que recrea la vista, prevalecía todo lo necesario para vivir bien y holgadamente. Aún no estaba completo el ajuar de todas las habitaciones, particularmente de las destinadas a la señora y a la futura prole de Caballero; pero cada día llegaban nuevas maravillas.



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