Sombras sobre el Hudson by Isaac Bashevis Singer

Sombras sobre el Hudson by Isaac Bashevis Singer

autor:Isaac Bashevis Singer [Singer, Isaac Bashevis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1958-01-01T05:00:00+00:00


13

I

Stanislaw Luria no lograba conciliar el sueño. Los medicamentos que le habían recetado no surtían efecto. Estaba acostado, y la lámpara de la mesilla de noche seguía encendida, pues desde la sesión de espiritismo le daba miedo la oscuridad. En realidad no creía que Sonia se le hubiese aparecido aquella noche. Sin embargo, ¿de quién era entonces aquella figura que había surgido de la oscuridad para abrazarlo, besarlo y hablarle en polaco? Cuanto más reflexionaba en el tema, más confuso se le antojaba todo. Tenía que ser Sonia: reconoció su voz y el contacto de sus labios también le resultó familiar. No obstante, ¿cómo era posible que Sonia se le apareciera, si la habían reducido a cenizas? Y si se le había presentado allí, en el apartamento de la dentista, ¿por qué no iba a visitarlo a su casa alguna vez? Desde luego, no era algo que deseara. Era precisamente esta idea lo que le sobrecogía y atemorizaba.

—¡Es un fraude! ¡Un fraude! —gritó, tras incorporarse bruscamente.

¡Ah, tenía los nervios destrozados! De noche, tumbado en la cama, hasta el menor de los ruidos le hacía temblar y en el apartamento se producían toda clase de sonidos: crujían los muebles, se agitaban las persianas venecianas a pesar de que las ventanas estaban bien cerradas, silbaban las tuberías del cuarto de baño y hasta el radiador emitía su zumbido entrecortado. Asimismo, le habían ocurrido hechos insólitos. En las últimas semanas le desaparecían objetos que había guardado, y se pasaba días enteros buscándolos. Primero fue la pluma estilográfica, luego las gafas de lectura. No encontraba las zapatillas ni el sombrero. Apagaba la luz y luego la encontraba encendida, como si una mano oculta hubiese accionado el interruptor. Dejaba un libro sobre la mesa, y cuando se disponía a reanudar la lectura no lo hallaba, aunque más tarde aparecía bajo la cama o incluso debajo de la almohada. «¿Acaso el espíritu de Sonia le estaba mandando señales? ¿O se habría colado en la casa un ser maligno?».

Llamaba al profesor Shrage, pero éste ni se acercaba al aparato. Si acudía a su casa y pulsaba al timbre, nadie abría la puerta. Cuando telefoneó a la oficina de la señora Clark, ésta le respondió airada que nunca más organizaría otra sesión de espiritismo con él. Para soportar este tipo de situaciones era imprescindible un corazón fuerte, y ya había advertido a Sonia que las sesiones perjudicaban a su marido.

¿Cómo iba a tener fuerte el corazón un hombre destrozado en todos los sentidos? Cuando contrajo matrimonio con Anna él ya era un desecho humano, desde el punto de vista físico y espiritual. La fuga de Anna con Grein había matado lo que restaba de él. Aunque Boris Makaver le había ofrecido ayuda económica, Luria se negó a aceptarla. Debía el alquiler de tres meses y el día menos pensado lo desahuciarían. Los recibos sin pagar de teléfono, gas y electricidad se hallaban desperdigados por toda la casa. En el mes de marzo no presentó su declaración de impuestos



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