Sombra De La Sombra by Paco Ignacio Taibo-II

Sombra De La Sombra by Paco Ignacio Taibo-II

autor:Paco Ignacio Taibo-II
La lengua: es
Format: mobi, epub
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


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LOS PERSONAJES INICIAN UN

JUEGO DE DOMINÓ QUE NO

TERMINA, EN LO QUE MUCHO

TIENEN QUE VER EL PERIODISTA

Y SUS 15 PREGUNTAS

Cuando el poeta sacude la puerta de vaivén del Majestic, Tomás está ante la barra bebiendo una copa, y no da muestras de que el aire de la calle haya entrado, pero Manterola y Verdugo, en la mesa habitual, sonríen.

Hay que jugar esa partida de dominó y no tanto por la forma como las fichas caigan sobre la mesa, sino porque de alguna manera hay que tomar el control de la historia que se ha trenzado en torno a ellos, como una obra teatral, en la que un director distraído ha olvidado repartir los papeles de algunos personajes, que así se ven envueltos en diálogos, asesinatos, fiestas, orgías y cánti-cos, sin que quede muy claro qué tienen que representar. El poeta lo sabe y va directo a la mesa, sin bromas ni prólogos. Incluso Tomás se siente atraído por esa nueva urgencia, y deja la copa a medias para ir a sentarse con sus compañeros.

El cambio en las reglas se deposita sutilmente en el aire, y el cantinero, que no lo entiende, lo presiente como una pequeña amenaza, por eso no se acerca al mármol, donde las fichas, bajo los dedos hábiles de Pioquinto Manterola, giran mezclándose y mostrando su lado negro a los jugadores.

No querrán reconocerlo, pero por esta única vez los lugares no han sido sorteados. Se han dejado caer sobre las sillas sin concierto.

–Sale, pues, señoles -dice Tomás dejando caer en el centro el doble seis, y su anuncio es la señal esperada para que el periodista desenvuelva una hoja que saca del bolsillo del chaleco y sugiera:

–Tengo una lista aquí de algunas preguntas que me han cruzado la cabeza, para ver si logramos ordenar el lío éste en que estamos sin deberlo ni temerlo.

–Vamos a pasar a la ofensiva -dice el licenciado Verdugo poniendo el seis/cuatro.

–¿Lo dice pol los cuatlos? – pregunta Tomás, que goza la premura de sus compañeros quizá porque su máscara se le ha quedado ya en la piel, y se divierte de que los gestos «impasibles de los orientales» se les atraganten a sus amigos.

–Me doblo -dice el poeta.

–Jugador de tercera quien se dobla a la primera -recuerda Manterola.

–No, por los cuatros no. Evidentemente -dice Verdugo y luego mirando al periodista-. Vamos, Manterola, esa historia me sacude la modorra en la que he andado desde noviembre de 1887.

–¿Qué pasó en esa fecha? Claro, el día en que nació. Perdón, soy lento -dice el poeta.

–No están en orden, desde luego, pero ahí les van. Primera: ¿Qué reúne a Margarita, viuda de Roldan, con el coronel Gómez, con Conchita la secretaria, con Celeste la hipnotizadora, con Ramón el gachupín eyaculador a distancia, con el teniente de apellido desconocido y con el aristócrata francés del que poco sabemos? ¿Qué los une? ¿Quiénes viven en esa casa y por qué? ¿Quiénes son los asiduos? ¿Qué los trenza?

–Muy buen estilo, señor periodista. Muy bonita la primera pregunta -dice el poeta.



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