El secreto de Pandora by Susan Stokes-Chapman

El secreto de Pandora by Susan Stokes-Chapman

autor:Susan Stokes-Chapman [Stokes-Chapman, Susan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VEINTICUATRO

Hezekiah espera a perder de vista el carruaje para enfrentarse a su sobrina. Cierra la puerta de la tienda con mucha ceremonia y deja que el eco de la campanilla se vaya apagando mientras hace un esfuerzo para no dejarse vencer por la furia y el temor.

Trescientas libras. Esa es la única razón por la que ha consentido que se lleven la vasija; podrá pagar a Coombe y aún le quedará mucho dinero. Pero dejársela a aquella vieja para exhibirla en una velada nocturna con todo el riesgo que conlleva, es un asunto que atenderá más tarde. Ahora es Dora quien le preocupa.

«Despacio —piensa el hombre—, despacio».

Se vuelve. Dora está pegada a la pared que hay detrás del mostrador y Hezekiah se pregunta a qué viene tanta cobardía. ¿Realmente es cobardía? No es propio de ella, en absoluto, así que la actitud de la muchacha lo deja perplejo, inseguro. Si ella supiera a qué se dedica él, si hubiera descubierto el secreto de la vasija, no se portaría así. O sea que quizá aún esté a salvo.

—¿Cómo conseguiste entrar?

Por su propio bien, y por el de ella, Hezekiah procura hablar con calma y comedimiento.

—Yo…

Dora titubea. Eso es lo que le interesa a él.

—Forcé el candado.

—¿Con?

—Una horquilla.

No la cree. Pero si no es verdad, ¿cómo ha entrado entonces? Hezekiah toca la llave de bronce que tiene en el pecho y da un paso adelante conteniendo una mueca de dolor, porque la venda de la pierna le aprieta.

—Has bajado a mis espaldas.

—Yo…

Otro paso.

—¿Por qué?

Y entonces algo cambia en el rostro de Dora.

—¿Por qué? —La joven se aferra al mostrador con las manos y Hezekiah ve que la piel de los nudillos se le pone blanca—. ¿Por qué la escondió para que no la viera? ¿Por qué lo tiene todo escondido?

Hezekiah se detiene, considera las implicaciones de lo que oye, y está confundido, porque es posible que estén hablando de cosas totalmente diferentes.

—¿Todo?

En los ojos de Dora centellea algo que Hezekiah es incapaz de definir.

—Sí, tío —dice—. Todo. He visto las cajas de las estanterías, he visto lo que hay dentro.

Oh, esa rebeldía. Se parece tanto a Helen. ¡La hermosa e intrigante Helen! Hezekiah siente que pierde el control y respira hondo para dominarse.

—No era ningún secreto.

—No me habló de esos objetos y viene a ser lo mismo —responde ella—. Está almacenando antigüedades auténticas en el sótano cuando podría estar vendiéndolas aquí arriba.

Hezekiah la fulmina con la mirada y gira dolorosamente sobre la pierna herida.

—Eso no es asunto tuyo.

—¡Soy una Blake!

Y en el tono torturado de la voz de la muchacha reconoce, de repente, qué es ese brillo de su mirada. Cólera, cólera pura, sin adulterar. Le sorprende. Lo asusta.

—La tienda siempre ha sido tan suya como mía —prosigue Dora—. Mi padre se avergonzaría de lo que ha hecho usted con ella.

Hezekiah aprieta los puños.

—Tu padre era un blando, Pandora. —Solo utiliza su nombre completo, ese nombre ridículo, cuando quiere ejercer autoridad, cuando nota que está a punto de perderla—. Dirigiré este lugar como a mí me parezca.



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