Sin control by Stephanie Bond

Sin control by Stephanie Bond

autor:Stephanie Bond
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2018-05-16T09:40:53+00:00


11

—¿Estás segura de que quieres dormir aquí? —me pregunto Sam.

Estábamos en el apartamento que había encima de la clínica y yo me estaba mirando las uñas. Todo, el salón, la cocina, el dormitorio y el baño eran de madera, pero aquel lugar era más grande que mi casa de la ciudad y tenía lavadora y secadora, todo un lujo.

En Nueva York, tenía que bajar la ropa al sótano, donde estaban las lavadoras. Si hubiera sabido que Sam tenía lavadora en casa, me habría traído toda la colada que tenía pendiente.

—Me gusta —comenté—. Gracias por alojarme en tu casa.

—Lo cierto es que por aquí no hay muchos hoteles y me pareció una buena idea ya que tienes que escribir sobre mí. Te he dejado comida en la nevera, queso, agua mineral y cosas para hacer ensalada.

—Gracias.

Sam sonrió.

—Si te molesta tener a los animales abajo, puedes alojarte en la casa conmigo…

—No pasa nada —lo interrumpí—. Seguro que no se pueden escapar, ¿verdad? —añadí mordiéndome el labio inferior.

—Seguro.

Aquel hombre era tan sexy, que me costaba respirar. Además de que tenía la nariz completamente taponada, claro. Pensar en que íbamos a dormir en camas separadas me parecía un tanto ridículo, teniendo en cuenta que ya habíamos tenido un encuentro carnal, pero me recordé que las cosas habían cambiado.

Ahora tenía mucho que perder: mi trabajo, mi integridad y quizás mi corazón.

—¿Qué vamos a hacer mañana? —le pregunté.

—Tengo que ir a la granja Brenigar a las seis de la mañana porque el rebaño tiene conjuntivitis, así que tenemos que salir a las cinco y media.

—¿De la mañana? —exclamé—. Pero si mañana es domingo.

Aquello hizo reír a Sam.

—Ed Brenigar trabaja durante la semana en otra cosa y se encarga de la granja el fin de semana, así que no hay más remedio. Si tú no quieres venir, no es necesario, te puedes quedar durmiendo.

—No, no, iré contigo —me apresuré a asegurarle calculando a qué hora me tendría que levantar para peinarme y maquillarme.

Tal vez, tendría que empezar inmediatamente.

—¿Te has traído unas botas? —me preguntó.

Asentí orgullosa.

—Póntelas mañana.

—¿Vamos a estar todo el día fuera?

—No, sólo un par de horas. Por la tarde, había pensado organizar mi consulta.

—¿Tendrás un ratito para que te haga ciertas preguntas para el artículo?

—Por supuesto —contestó Sam—. Tienes teléfono en la mesilla. Llama a quien quieras.

—¿Tienes una línea de trabajo y otra personal?

—No, la gente me llamaría a casa de todas maneras. Te dejaré mi teléfono móvil —dijo, entregándome un trozo de papel—. Llámame si tienes miedo.

Aquello me hizo reír.

—¿Miedo? Sam, vivo en Manhattan. Nunca tengo miedo.

—Muy bien, entonces nos vemos mañana por la mañana.

Se giró para irse y el pánico se apoderó de mí.

—¿Sam?

Se volvió con los ojos brillantes.

—¿Sí?

—Eh… ¿hay leones por aquí?

Su risa inundó la habitación.

—No te preocupes, Kenzie, el animal más peligroso que hay por aquí soy yo.

Le di las buenas noches y lo oí bajar las escaleras y cerrar la puerta. Estaba encerrada con las serpientes, así que tomé unas cuantas toallas, las enrosqué y las puse en la rendija de la puerta.



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