Amor y odio tienen cuatro letras by Eleanor Rigby

Amor y odio tienen cuatro letras by Eleanor Rigby

autor:Eleanor Rigby [Rigby, Eleanor]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Humor, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-05-19T00:00:00+00:00


Capítulo 19

Llevo toda la mañana mirando el teléfono de reojo. Estoy haciendo un dificilísimo ejercicio de autocontrol para no descolgar y marcar el número de mi hermana. Primero, porque si la interrumpes en medio de su cante de opositora de diez, es probable que, cuando acabe mi jornada, nunca pase del recibidor: en cuanto llegara a casa, se cerniría sobre mí y me daría una hostia con la que moriríamos las dos. Segundo, porque sé muy bien lo que me va a decir, porque tendrá razón y, porque si de por sí no me gusta que nadie me dé lecciones, que me las dé mi hermana pequeña es doblemente humillante.

Sé que puedo levantarme e ir a recriminarle a Bosco todo lo que se me cante. Si los reproches fueran un arte, podría vender los míos por las mismas millonadas que pagan los japoneses por cinco líneas mal pintadas. Y tendrían toda su razón de ser, porque debería haberme avisado de que tiene amantes de La Toscana mandando por WhatsApp sus vestidos ibicencos.

—Podría ser su hermana —me diría Bárbara.

—No. Me dijo que es hijo único.

—Pues una prima.

—A una prima no le dices cariño… a no ser que sea una prima a la que te estás tirando.

—Nadie se tira a su primo.

—Te equivocas, Bárbara. Todo el mundo se ha tirado a su primo.

—Pero a ti no te llamó cariño y tuvisteis sexo —respondería Bárbara.

—Pues porque no es la clase de hombre que te dice cariño en pleno acto.

Mi hermana se interesaría por qué clase de hombre es, y yo le espetaría que no es de su incumbencia, a lo que me contestaría con una detallada descripción de lo que a ella le parece que Bosco diría estando excitado. Y como aparte de guapa, lista y afortunada, mi hermana es medio adivina, jamás ha tenido acné y juega al tenis de fábula, acertaría en un noventa y nueve por ciento de sus adjetivos.

Estos también son motivos de sobra para no llamarla. No necesito recordar que, mientras yo trabajo gratis para un hombre que se acostó conmigo teniendo una follamiga de la península itálica que seguro que hace unos raviolis de muerte, mi hermana va a ganar veinticuatro mil euros al año cuando apruebe la oposición y lleva ennoviada con el Hombre Perfecto desde que tenía veintidós.

Tampoco puedo contárselo a Lola, porque le dolerá en la cartera que haya decidido no volver a ponerle un dedo encima a Bosco. No sé cuánto dinero apostó a que tendríamos una relación sexual continuada, pero tanto si es mucho como si es poco, es el orgullo de Lola lo que no tiene precio.

—¿Se puede saber qué llamada estás esperando? —interrumpe una voz masculina—. Miras el móvil como si te fuera a morder.

Levanto la cabeza del bloc donde llevo un rato dibujando garabatos y miro a Duarte. Este me sonríe como le sonríe a todas las mujeres guapas del mundo: expresando abiertamente que suma las ganas, el talento amatorio y un coche lo bastante espacioso para bajar al parking y echarte el polvo de tu vida.



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